Como muchos saben, el Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders[1] (DSM) es el notorio manual de psicología que la mayoría de los psicólogos y psiquiatras utilizan para diagnosticar y tratar pacientes, o como varios prefieren llamarles: clientes. Este texto ha resultado ser vital para el funcionamiento de muchos profesionales de la salud. Se ha instalado así por diferentes causas, incluyendo aquellas que van desde el frenesí empirista de la American Psychological Association y la American Psychiatric Association, hasta las exigencias de los planes médicos para que el profesional pueda facturar.
Básicamente, dicho manual explica los síntomas vinculados a un (des)orden, con la intención de declarar qué le sucede al paciente. Entre estos desórdenes se encuentran los que tienen que ver con la personalidad, el sueño, la comida, el ánimo, la identidad de género y el “ajuste”, entre otros. También, entre esos otros, están aquellos que tienen que ver con la sexualidad, nombrados por el manual como parafilias.
Ahora bien, ¿qué de particular tiene la sección de las parafilias en el DSM? Echemos un vistazo de inmediato a la etimología de la palabra: para-, del latín, significa algo que está más allá, por encima, que excede y -filia significa hijos. Si el DSM trata sobre desordenes, de entrada nos topamos con que aquello que no se subscriba a una sexualidad dada a la procreación, tiene la posibilidad de ser una sexualidad trastornada.
Pero, ¿qué implica que una sexualidad dada a la procreación deba ser la normal? ¿El manual no estará implicando, entonces, que la familia nuclear, heterosexual, exenta de los excesos del placer, confinada a la alcoba, es aquella concebida como la saludable? En las épocas donde el orden religioso regía el orden social, la sexualidad quedaba sometida los predicamentos del discurso espiritual. No obstante, en nuestros tiempos, a pesar que la religión ha dejado de ser el discurso gobernante sobre el cuerpo y el alma, la sexualidad permanece aún sometida a discursos filiales que no tienen nada que ver con un entendimiento riguroso de la condición humana.
En la Historia de la Sexualidad,[2] Foucault comenta cómo ha sido importante en el levantamiento de la sociedad industrial, “asegurar la población, reproducir la fuerza de trabajo, mantener las formas de relaciones sociales, en síntesis: montar una sexualidad económicamente útil y políticamente conservadora”. ¿Coincidirá esto con lo implícito en la etimología del término parafilia? Más aún, ¿coincidirá con la introducción general del capítulo, en la cual se específica que si “las conductas, fantasías o deseos sexuales causan impedimento social, ocupacional o en otras áreas importantes de funcionamiento”, entonces cualifica el diagnóstico de parafilia? Queda expuesto cómo se establece, inicialmente, la atención sobre aquello que perturba los renglones del funcionamiento social.
Ahora bien, los distintos desórdenes que se esbozan bajo el título general de Parafilias son: exhibicionismo, froterismo, voyerismo sadismo, masoquismo, fetichismo, pedofilia, fetichismo de travestismo y desorden de identidad de género. Veamos ahora cómo permean distintos discursos en algunos de estos desórdenes.
Dentro de las especificaciones del exhibicionismo se dice que “la condición comienza antes de los 18 años” y que “pocos arrestos han sido hechos en poblaciones de edades mayores, lo que pudiera sugerir que la condición es menos severa después de la edad de 40 años”. ¿Por qué se tienen que utilizar estadísticas criminales para aclarar el exhibicionismo y vincularlas a cuándo es más o menos severa la condición? Esta indicación evidencia la cercanía entre el discurso médico y el discurso legal/criminal.
En el froterismo también podemos hallar un contingente de vocabulario legal/criminal. Se enuncia que “la conducta ocurre en lugares concurridos de los cuales el individuo froterista puede escapar más fácilmente del arresto después de haber tocado su víctima”. Luego se dice que “el individuo reconoce que para evitar un posible procesamiento criminal, él debe escapar la detección después de tocar su víctima”. Es interesante saber que a la persona objeto del froterista se le califique de víctima. Esto implica que el acto de frotar es un crimen y el froterista un criminal.
Nuevamente queda expuesta la conciencia legal/criminal en las parafilias. Otro aspecto interesante es la asunción que la persona que recibe el froterismo sufre de él. ¿Cómo estar tan seguros de lo que ocurre en cada encuentro? Los autores del manual explican que el sujeto que recibe el froterismo no consiente el acto, lo cual sería la preferencia del frotador. Lógico. Pero entonces, ¿si el que recibe el toque del froterista consintiera al acto, se voltease con una sonrisa al sujeto frotador, significaría que el desorden se disuelve? Vemos aquí cómo el afán reduccionista de las categorías colapsa frente a la complejidad de la sexualidad humana.
En la categoría del voyerismo se comenta que “un orgasmo producido por la masturbación puede ocurrir durante la actividad voyerista o más tarde, en respuesta a la memoria de lo que la persona ha evidenciado”. ¿Pero qué aclara esto, si la simple y común masturbación consta, precisamente, de rememorar aquello que fue fuente de deseo en algún momento de nuestra vida? La falta de una fundamentación teórica, más allá de la ambición sintomatológica, impide separar el voyerismo de los actos más corrientes de la sexualidad cotidiana. ¿No es el mirar y rememorar luego algo común entre los normales y ordenados?
En la categoría sobre el sadismo, se entiende la actividad sadista como aquella donde un individuo deriva placer cuando inflige sufrimiento o humillación a otro. Evidentemente se le presta atención a lo visible del acto, a lo que irrumpe el orden de la búsqueda correcta del placer, no obstante, no se alude a las lógicas invisibles del poder que se pueden estar jugando entre el sujeto sadista y su contraparte, el masoquista. En este mismo inciso vuelve a relucir la preocupación criminal cuando se especifica que: “el individuo sadista puede estar sujeto al arresto o la encarcelación”.
Es evidente que todas las parafilias pueden tener múltiples consecuencias, pero qué casualidad la insistencia en la consecuencia criminal. Sin embargo, nunca se alude a las múltiples caras del placer; cómo el placer y el dolor pueden confundirse, trenzarse, en intensidades únicas para cada sujeto. A la inversa, pasa lo mismo con el masoquista. ¿Quién puede negar que para el masoquista el dolor puede conformar una vivencia de placer, que no quiera otra cosa sino solo eso?
Otra peculiaridad se da en la última parte, titulada Condiciones médicas asociadas a las parafilias. En esta se menciona que el frecuente sexo sin protección puede resultar en la transmisión de enfermedades sexuales. Me pregunto cuál será la relevancia de este argumento al entendimiento de las parafilias, puesto que las enfermedades de transmisión sexual le incumben a todo aquel que esté sexualmente activo, independientemente del colorido de sus excesos.
Esa alusión es casi igual al mito, aún existente en nuestros días, que vincula el VIH a la población homosexual. ¿Por qué asociar las parafilias a las enfermedades de transmisión sexual? Vemos aquí cómo se hilvanan en un mismo pensamiento el discurso médico-higiénico-sexual. Debemos recordar que este mismo manual, en su versión III, categorizaba la homosexualidad como un desorden y, si no hubiese sido por las protestas sociales, quizás aún permaneciera ese “saber”.
Este escrito convoca a estar alertas a los discursos que resultan en una reducción de la complejidad humana, minimizándola a condiciones, desórdenes, trastornos y categorías, las cuales pueden tener como consecuencia la criminalización. Convoca también a nunca sustituir la actividad del pensamiento por explicaciones mecánicas organizadas en un manual y a buscar un entendimiento que tiene que ver más con la historia de cada persona y no con lo que es estadísticamente usual. Dijo Sigmund Freud que la sexualidad es la más indómita de todas las pulsiones.[3] Así mismo, dicha naturaleza indómita no se podrá sofocar en una sección de un manual psicológico.
Notas:
[1] American Psychiatric Association. (2000). Diagnostics and Statistical Manual of Mental Disorders, IV Ed., T.R. Washington, DC: American Psychiatric Association.
[2] Foucault, M. (2002). Historia de la Sexualidad: La voluntad del saber. v. I. Argentina: Siglo 21 Eds.
[3] Freud, S. (1905). Tres ensayos para una teoría sexual. OC, v. VII. Buenos Aires: Amorrortu Eds.