“Art reminds us something, something about ourselves.
Yet at the same time, art affects consciousness
by pulling us out of ourselves. One reason art is an effective tool
for changing consciousness is that the eye is like the mind
---both function by shifting focus”.
- Jacquelynn Baas, Unframing Experience
El mundo pertenece al bailarín, dijo alguien alguna vez; otros y otras lo hemos repetido mil veces, algunas bailando. Y en el caso del filme The Artist, esto parece ser así.
Ese bailarín, George Valentin, baila y, en su momento, habla, y lo que dice nos gusta –a nosotros y al director de la película dentro de la película, Al Zimmer–, y cómo baila –sobre todo al final– nos encanta. Fracasado director de una película “muda”, artista que no quiere dejar atrás el no sonido, parece también representar a un don Juan posmoderno provocando (sin querer queriendo) que Peppy Miller se apropie, por vía legal y de subasta, de sus pertenencias y luego de su propia persona.
Así, pues, el rapto (no arrobamiento, sino secuestro) está presente en el filme no solamente por el rapto a la música de Bernard Herrmann en la película Vértigo (Hitchcock, 1958). Rapto consumado, también por vía legal, arguye en su defensa Michel Hazanivicus, director del filme y esposo de Bérénice Bejo, la actriz que encarna a Peppy Miller: la estrella, veremos, por más de una razón. Ella es la custodia, la hacedora, la chantajista, la bailadora, la que nos ofrece un juego de imaginación con el chaquetón de George y la artista, en suma. El mismo día que George Valentin estrena su película “muda”, Peppy Miller aparece, exitosamente, en una película de sonido, fecha que coincide con el 1929 y la caída de la bolsa de valores. Desencuentros en esos tiempos, pero que van dando pie a los encuentros finales/iniciales entre George y Peppy.
En The Artist, Calíope, a su manera, está allí presente y la elocuencia del texto fílmico tiene varios niveles. Es un texto fílmico muy elocuente para quien rastree su significante en la imagen, en la gestualidad, en los artefactos y en los intertítulos, incluyendo el “Bang!”que no reproduce el disparo en su intento suicida sino el choque del carro con un árbol en la presurosa carrera de Peppy Miller para rescatar a Valentin.
Me interesa compartir aquí algún segmento de mi lectura (que comenzó a configurarse un domingo al salir del cinema Fine Arts de Miramar y cruzar la avenida Ponce de León para acudir a la parada de guaguas y regresar al Viejo San Juan) y sus intersecciones con cosas de la vida ‘real’, a ver si saltamos ilusoriamente la valla y acercamos –como en un sueño– la brecha entre dos nociones inaprensibles y colosales: vida y arte.
Cruce, enuncia –en la primera edición de la revista impresa, que publica aquí “with pleasure… y a pies armados”–, “es, además y como propone su título, un encuentro; entre disciplinas, generaciones y orientaciones, o un conglomerado de voces, perspectivas y debates, tanto a nivel interno en nuestra comunidad universitaria, como a un nivel amplio, nacional e internacional”. Me interesa aquí retomar el cruce (y Cruce) como “encuentro”, pues ese es el subtexto, la denotación e incluso la connotación de este término como título de la revista. El cruce como encuentro, mas encuentro como su cognado encontrar: acertar, descubrir, atinar, hallar, que como tropezón, colisión, choque. Pero, diremos, el lenguaje nos arropa.
¿Qué tiene que ver Cruce, la revista digital e impresa, de la UMET con The Artist? Quizás nada para algunos, aunque para mí sí.
The Artist nos propone un cambio, un cambio tan intenso como el que va de lo silente a lo sonoro, y la liga de ambos; un cambio tan profundo como el que va del solo liderato del hombre hacia el liderato de cualesquiera de ambos; un cambio tan certero como el que va de un empecinamiento hacia un camino artístico hacia otro no considerado inicialmente como propuesta, de la actuación en un mundo sin sonido hacia la actuación de un bailarín que se mueve en el espacio, acompañado; un cambio tan significativo que insinúa una toma de conciencia del nuevo paso del bailarín en números a dúo con su ¿liberadora? Aquí estamos de acuerdo con Arthur C. Danto en “The Gap Between Art and Life”: “[b]y changing consciousness, reality may be changed from within. Engaging consciousness is ultimately the means of overcoming the gap between art and life”.
Una sola película se salva de la quema que arrasa con el ‘pasado artístico’ de George Valentin y entre humareda y humazo logra salvar la cinta de su baile con Peppy Miller cuando el primero era un reconocido artista y la segunda era desconocida y hacía sus pininos en el baile. Esa escena, recuerda el lector/observador/espectador, tuvo que repetirse varias veces, digamos, por el encantamiento de ambos bailando; las escenas nos mostraron (y contaron sin palabras) el suave desplazamiento de ambos con sus pasos tal y cual hizo Clifton –al cambiar de amo/ama– el valet de ambos, primero de George Valentin y luego de Peppy Miller.
Hablando arriba de cambios en conciencia, suenan también las palabras de Marcia Tucker en “Multiple Personalities”: “[p]erhaps that’s the reason that contemporary art is so difficult for some people: they simply do not want to change”. Pero, George Valentin sí lo hizo, acompañado en el espacio por Peppy Miller, la mujer que baila: sí, el mundo parece ser del bailarín. Es el artista el que cambia, precisamente porque otra artista le presenta la opción de arte, le enuncia una nueva propuesta artística: bailar juntos, propuesta que, luego del ‘chantaje’ de Peppy Miller a Al Zimmer, se hace realidad en sus praxis artísticas y de vidas, y es que, como dice Jerry Saltz, en “What Art Is and What Artists Do”: “[b]ut I think that in concert with other things art does change the world incrementally and by osmosis, and it does it in ways that we can’t quite know”.
The Artist, antes, en y luego de cruzar la Ponce de León (el de la fuente de la juventud), nos invita a nosotros lectores/observadores/espectadores a participar de ese baile a dúo que incorpora al otro al movimiento al unísono y que se presenta ante nosotros como una propuesta artística y de vida (dentro del arte–The Artist), la propuesta artística de Peppy Miller con su encantador y sonoro nombre, energético.
Sonamos con Zimmer cuando dice al final: “Cut! Perfect. Beautiful. Couldyou give me one more?” (énfasis suplido). Ese “you” (el plural inglés que se camufla en el singular, o el singular inglés que camufla en plural), dirigido hacia George y Peppy, lo contesta George Valentin con acento francés: “With pleasure”. Sus dos palabras suenan y lo dijo a pies armados, entiéndase: después y antes de seguir en movimiento y acoplamiento en el espacio con su pareja y dar sus pasos en esta nueva etapa de su carrera artística: la de bailarín acompañado. Cambió: mudó (no mudo), habló y bailó con Peppy.
Sus cruces de tropezones, topetazos y golpes se mudaron a encuentros, del cognado encontrar: hallar, acertar, atinar, descubrir; como en Cruce encuentra su paso un colectivo (no solamente nosotros los colaboradores) en el que se representan George y Peppy quienes, como bailadores, buscan y abrazan el equilibrio sin vértigo y en la que se fragua una propuesta artística que dispone y disponga novedosamente del “viejo” mundo porque lo propio “viejo” se convence de que el mundo es del bailarín y que bailar ya es una destreza probada ayer con la pareja de hoy, y lo “nuevo”, quizás, aprenda a bailar el mambo, tan olvidado por unxs y otrxs.
¡A bailar!...with pleasure…y a pies armados… All’s well that ends well…
* Todas las imágenes en esta pieza son del filme The Artist (2011).