De nada sirve

Stranger, if you passing meet me and desire to speak to me,
why should you not speak to me?
And why should I not speak to you?
- Walt Whitman

People are strange, when you’re a stranger.
- The Doors

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Llego a la estación del tren todos los días a la misma hora, y siempre se cierran las puertas justo en mi cara. Entonces, tengo que esperar 15 minutos y preguntarme continuamente por qué no llegué 13 minutos después.

Son 15 minutos, pero la pantalla que anuncia el tiempo de espera nos indica que el tren está retrasado, que tenemos que esperar 7 minutos adicionales, que no nos desesperemos, que aunque se tarde un poco, el tren está por llegar.

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Miro la hora; miro a la gente; vuelvo a mirar la hora; pienso que llegaré tarde al trabajo, que no me dará tiempo para comprarme el café que me compro todas las mañanas, temo no poder recibir las sonrisas que las muchachas que me sirven el café me regalan siempre. Cambio la canción que sale por los audífonos, necesito algo más suave, algo que me tranquilice, algo que calme el malhumor que me provoca la espera. Me entran ganas de mirar los periódicos que siempre me regalan a la entrada de la estación del tren, pero desisto de la idea. Es una pérdida de tiempo. No valen la pena.

Miro la hora. Miro a la gente. Reconozco muchas de las caras que también desesperan por el retraso; también llegarán tarde al trabajo, a la escuela, a la universidad o a donde sea que fuesen; caras que veo todos las mañanas, y aunque la familiaridad sea tanta, no nos saludamos; tan siquiera permitimos que nuestras miradas se crucen. No tenemos que hacerlo. No nos conocemos.

De nada sirve saber en que estaciones se bajan; que celulares tienen; que libros leen mientras el tren mueve; especular, según sus peinados, sus zapatos y sus carteras, a donde se dirigirán al llegar a su parada. Es completamente inservible que cuando contesten el teléfono esté atento y no me quiera perder ni una sola palabra de la conversación que no me pertenece. De nada sirve que intente llenar esos huecos que la imaginación no me permite.

De nada sirve, pero así fue que conocí a Jesenia, o al menos supe quién era, alguna vez escuché que alguien la llamó así. Siempre utiliza el mismo tipo de pantalón oscuro, y el blazer que le hace juego. Siempre lleva una cartera grande, enorme, donde debe llevar el almuerzo, el maquillaje y los libros de Walter Riso que a veces la veo leyendo. Tiene un celular color blanco y en él lee el periódico y verifica el Facebook y hasta en ocasiones juega juegos que no conozco. Jesenia quiere mucho a Emmanuel, y Emmanuel la quiere igual, eso dicen los mensajes de texto que por encima de su hombro, y muy discretamente, leo cuando se sienta al frente mío. Cuando Jesenia se me sienta cerca puedo oler su perfume, y su perfume me recuerda a todos los amores que he tenido, porque todos han tenido el mismo olor; yo no he sabido diferenciarlos.

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Jessenia se baja en la estación de Cupey y siempre la persigo con la mirada. Trabaja en la universidad, estoy seguro de eso, alguna vez vi cómo sacó de su cartera una libretita con la insignia de ésta. Y aunque me debato cuál puesto ocupa, estoy seguro que no es profesora. La inclinación y la altura del tacón de su zapato me dan constancia de esto.

Mi tren se mueve y sus escaleras descienden. Me despido de ella para mí mismo, doy dos golpecitos en el cristal, como queriendo llamarla, como queriendo que mire hacia mí y me sonría y me diga adiós con la mano y me grite que nos vemos mañana. 

Que tengas buen día Jesenia, susurro.

Miro la hora, miro la gente, escucho el tren que se acerca, Jesenia no está por ningún lado. Es la primera vez que no la veo en casi cinco meses. Me entran ganas de preocuparme, pero desisto de la idea. No debo hacerlo, no la conozco.

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Llega el tren, me siento en la silla donde ella se sentaría y pienso en cada una de las opciones que la alejan de mí ese día: un catarro, Emmanuel, alguna cosa con la familia, se llevó el carro, se enteró del retraso de tren; no sé.

Me da por preocuparme. Me da por extrañarla. Pero de nada sirve, tan siquiera nos conocemos.

 

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