"Los hechos insignificantes de la rutina cotidiana,
forman tanta parte de los ideales de una raza,
como los más altos vuelos de la filosofía y de la poesía."
Okakura Kakuzō,El libro del te
Pedro González, el personaje bisexual de mi novela El vuelo del Dragón (Terranova; San Juan, 2012) vive en un edificio en la calle Fortaleza y muchos me han preguntado qué en cuál estaba su apartamento. ¿Era el segundo piso de donde estuvo Lema, el del restaurante Trois Cent Onze, o el que queda al lado del restaurante El Siglo XX? Algunos creen recordar haber conocido a su mujer o a su hijo.
Víctor Caro, el baterista y espía incauto de Del color de la muerte (Publicaciones Gaviota; Río Piedras, 2014) ha sido reclamado como ponceño ausente por algunos lectores. En su caso, como en el de Pedro
González, están como prueba de su existencia su relación con Pedro Albizu Campos y con el doctor Cornelius Rhoads, el Almirante William Leahy, ex gobernador de Puerto Rico, y Jaime Benítez, rector de la UPR. Además, Caro es testigo del ataque al puerto de Bari y el desembarco en Anzio durante la Segunda Guerra Mundial, y coetáneo con la revuelta Nacionalista de los años 50 del pasado siglo. Creo que parte de esa percepción de los lectores procede porque ambos se encuentran con personas que tal vez hemos visto, con personajes pasajeros que nos parecen familiares.
Tanto Pedro González como Víctor Caro se topan con “personajes celajes”, como me gusta llamarlos y, a su alrededor, suceden cosas triviales que no abundan a la “trama” pero sí a cómo se percibe el “cuento”, y esas cosas se convierten en parte integral de la “forma” o estructura de mis novelas. Esas cosas triviales son los aderezos de la cultura, los detalles pasajeros que hacen que la vida esté llena de recuerdos. Son parte, como dice el epígrafe de Kakuso de “los ideales de una raza”. Los personajes leen el periódico del día que viven y lo que aprenden es preciso, y real. Me encargué de buscar en bibliotecas (en particular la de la Universidad de Puerto Rico) copias de los periódicos de los días en cuestión para que si alguien se daba a la tarea de buscarlo (digamos en El Mundo o El Imparcial, que eran los que más se leían en la época) y que constatara que lo que escribí era cierto. Creo que esos detalles descriptivos de los elementos discursivos fundamentales acentúan para el lector perspicaz lo real o verosímil de lo que están leyendo, en particular si están familiarizados con la época en que se desarrollan las novelas. La literatura debe de acercar el arte (la escritura) al mundo real, no abrir un abismo entre ellos. Obviamente, hay novelas que transcurren en mundos inexistentes o irreales, pero de todos modos los sentimientos o falta de ellos deben acercar los personajes al mundo real.
Mis personajes no solo leen noticias del momento, sino anuncios y chismes, tal y como haría una persona real. Viajan y describen lo que ven sin que nada de eso tenga que ver con la trama. Es lo que nos sucede a todos en la vida. Nuestros ojos son cámaras que van fotografiando a su paso. Guardan algunos de esos retratos en el cerebro donde se reservan las memorias; otros se descartan, aunque no son pocas las situaciones en que súbitamente aparecen, sin previo aviso, estimulados por un olor o una imagen o una frase, como el caso de la Madeleine de Proust.
¿Qué distingue a mis personajes de los que son sujetos de historiadores y biógrafos profesionales? Al igual que el Franklin Delano Roosevelt de Doris Kearns Goodwin o el Harry S. Truman de David McCullough, mis personajes tienen familias, amigos y enemigos, y muchos de sus deseos y pasiones son tan verosímiles como las de ellos. Los sucesos importantes de la época en que vivieron los personajes verídicos inciden también en la vida de mis personajes y les complican su existencia. También están los asuntos triviales que día a día vivieron, como todo ser humano los vive y los experimenta. Curiosamente, las decisiones que tomaron Franco, Hitler, Roosevelt y Truman someten a Pedro González y a Víctor Caro a los vaivenes de la Historia. Mis personajes, al igual que los de los historiadores y biógrafos, están sometidos a las consecuencias de decisiones hechas por las personas reales cuyo poder afectaba colectivamente la humanidad. Sin duda, los míos podrían ser personajes reales de cuarta o quinta línea en lo que llamamos Historia, con mayúscula. Esas características que le he impartido a mis personajes, acentuadas por las cosas y gentes (personajes celaje) aparentemente superfluas que pasan por su vida dejan su marca cultural en los escenarios en que se desenvuelven los acontecimientos del “cuento” que va evolucionando de forma creíble.
A pesar de haber sido inventados, los personajes de cualquier novela también comparten semejanzas con muchas personas comunes que no son figuras de la historia. Esos personajes están capturados en páginas entre cubiertas, y yacen en ellos hechos, palabras en un lenguaje que el lector procesará para conocerlos, de la misma forma que en un libro de Historia existen personajes más o menos importantes, de peso, o triviales e inconsecuentes. Es la narrativa lo que moldea el imaginario que establece el recuento de una vida real y que define la vida de alguien que se convierte en real porque se ha plasmado en la página, tanto en un texto de historia como en una novela. Por ejemplo, Tolstoi basó en sí mismo a Pyotr "Pierre" Kirillovich Bezukhov, uno de los personajes principales de La guerra y la paz. Podemos apreciar que el autor era como el personaje porque lo confesó. La pregunta es, ¿cuánto se parece? ¿Tenía el gran escritor las características de Pierre y respondía a las situaciones de la misma forma que su personaje? Es imprescindible que el historiador le dé forma a sus sujetos para que podamos apreciar sus fortalezas y debilidades. Sin embargo, ¿tiene el conocimiento de su sujeto que tenía Tolstoi del suyo? Tal vez lo tenga más patente y claro el novelista, cuya doble obligación es hacer creíble y palpable alguien que solo existe en su imaginación, o en su realidad inmediata.
Sin embargo, puede durar más en la mente del lector María Luisa, la esposa de Pedro González en mi novela, que la Eleanor de Franklin en la biografía de Goodwin porque el ambiente cultural suyo se asemeja más a la ficticia y bella españolita de El vuelo del dragón que al de la señora Roosevelt. Media también que María Luisa transita por lugares que el lector conoce. Aunque el tiempo haya transformado algunos de ellos, la memoria busca y los romantiza a cómo se perciben en el recuerdo. El que no vivió en la época de la señora Roosevelt ni compartió su medio ambiente (la inmensa mayoría de mis lectores o los lectores de Goodwin) puede vislumbrar en su mente a María Luisa como “real”, y como algo “irreal”, tal vez perteneciente únicamente a la Historia, a la que fue por trece años primera dama de los Estados Unidos. El reverso de esto, por supuesto, es también válido: que alguien que se movía en el ámbito de Roosevelt piense que María Luisa es irreal y decididamente ficticia.
Si el lector de mi novela Isla Verde vivó en el área metropolitana de San Juan como adolescente en los años 50 del siglo pasado tal vez pueda experimentar de forma más intensa y “real” lo que cuento cuando se tope en sus páginas con personas que tal vez conoció, como Ileana Cidoncha (eventualmente escritora y crítica literaria) y Cuchi Rincón (sobrina de Felisa Rincón de Gautier) quienes aparecen como adolescentes y son realmente celajes en la narrativa. Ambas pertenecen en la novela a cosas, lugares y gente de valor trivial para la trama, pero que retratan y fijan el ámbito y el impulso cultural de la época. Cuando el lector llegue a la página en la cual aparecen estas dos jóvenes comenzará a convencerse —lo más seguro que ya lo había pensado, particularmente si me conoce— que la novela es mi autobiografía. Que lo que ocurre en el libro sucedió tal y como lo cuento. Contrastaría con la experiencia de alguien oriundo de Independence, Misuri que conoció a Harry Truman antes de ser presidente de los Estados Unidos de Norte América, quien al leer algo narrado por el historiador McCullough que ocurrió en las calles y frente a los edificios que enmarcan su entorno cultural, a lo mejor lo experimentó de forma distinta. El suceso puede tener valor exiguo en la vida del expresidente y ninguno en la Historia, pero se agranda el momento para el lector, y ahora lo hace sentir parte de esa historia narrada.
Por el contrario, alguien que haya compartido conmigo el impulso cultural de la época que narro podría aceptar y fácilmente creer las conversaciones de Nando García con Marta, su pretendida, en Isla Verde porque ha experimentado situaciones parecidas rodeado de un ambiente similar lleno de cosas, edificios y rutas que les son familiares. En cambio, podría rechazar como improbables las que tuvieron Truman y Roosevelt con figuras de relieve nacional o internacional, porque ninguna de sus experiencias culturales, o sus entornos, se aproxima a las de los dos presidentes. Esa familiaridad experiencial que puede brindar la ficción hace que el lector se sumerja en la narrativa sin que medie una barrera entre el instrumento de transporte que tiene en sus manos y la “realidad” que le ofrece un cuento que se acerca a sus propias experiencias ya vividas. La “veracidad” que percibe de la historia lo transporta a la situación que le fue familiar, por ejemplo, de encontrarse con sus amigos y amigas en las tandas “Vermouth” de los domingos en el Paradise en Río Piedras, o la de medianoche de los sábados en el Paramount de Santurce en los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo.
Curiosamente, en su proyecto inconcluso Passagenwerk (o “Galerías”, en el sentido comercial) Walter Benjamin quería ejemplificar cómo los objetos de la cultura industrial y la gente anónima que los ha comprado en las galerías pueden constituir un anticipo de las utopías sociales y ser una insinuación de las circunstancias políticas radicales de la modernidad. Esa función de traer la tensión que infunde la “veracidad” o la realidad, la tienen los personajes celajes, los lugares y los objetos que se describen en la utopía que resulta ser la novela o el cuento—muchas veces radicales— y, como es el caso con el opus de Benjamin, hasta en el ensayo. También son parte del radicalismo de las novelas.
Existe en nuestra literatura un compromiso literario con el azar como parte agitadora y alteradora de la “forma”, y una exploración de la “realidad y “la verdad de las mentiras” en la novela de Emilio DíazValcárcel Figuraciones en el mes de marzo. En su análisis de la novela, “El azar creador como construcción polifónica de la sociedad ficcionada”, Eduardo Parrilla a lo largo de su estudio nos indica que, a diferencia de quienes asumen perspectivas teleológicas, él comparte con Emilio Díaz Valcárcel la importancia del azar como elemento estético (énfasis mío) como forma de asumir la
contingencia del mundo y la pluralidad de experiencias vitales en la novela. Esa una manera de dar orden al caos, que permite, por un lado, parodiar el orden tradicional y, por otro, abrir nuevos caminos a la experimentación literaria. La novela de Valcárcel, como pueden serlo las de Bolaño o Vilá-Matas, es epistolario, compendio de recibos y notas de pago, anuncios en periódicos—todas cosas de la rutinacotidiana—, y una parodia hilarante de los ensayos llenos de referencias filosóficas y las bibliografías académicas que los acompañan. Además, contiene una “nota biográfica histórica” de uno de los soldados boricuas “más distinguidos de todos los tiempos” cuyas notas al calce no dejan duda de la “veracidad” de sus logros en batalla. Figuraciones… es todos estos géneros sin sacrificar el interés que genera su forma deforme, ni sacrificar el hilo principal de la novela, ni su impacto literario.
1. Refiérase a la Parte 1
2. Vale señalar que para John Ruskin la composición artística consistía de “la ayuda de todo en el cuadro a todo lo demás”. (Citado por William F. Irmscher en The Holt Guide to English, p. 285, Holt, Rinehart and Winston, Inc., New York, 1972.
3. Sánchez Garay, Elizabeth Reseña de "Carnaval y liberación. La estética de la resistencia en Figuraciones en el mes de marzo de Eduardo E. Parrilla Sotomayor. Revista de Humanidades: Tecnológico de Monterrey, núm. 27-28, octubre, 2010, pp. 405-410, Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey.
4. Existe el antecedente de la novela The 42nd Parallel (1919) de John Dos Passos que incluye titulares de periódico y bosquejos biográficos que le imparten no solo verosimilitud, sino que resulta en una versión temprana, casi profética, de lo que hoy llamamos “multimedia”, tan usada corrientemente para representaciones sobre Historia.