Al comenzar mis estudios universitarios, todavía existía la Unión Soviética (lo acepto, sucedió hace muchos años atrás), por lo que entre los cursos que tuve que tomar en mi programa de estudios en ciencias políticas en la Universidad de Notre Dame, había uno designado, Sovietology. De por sí, el curso era fuente inagotable de risitas socarronas entre el estudiantado: resultado de nuestra apreciación del mismo como uno construido en partes iguales entre dudosa propaganda de la CIA e insondable pérdida de tiempo.
Perturbadoramente, a mi regreso a Puerto Rico, luego de más de 20 años de exilio en los Estados Unidos, entre estudio y posterior empleo, me encuentro con que es el curso al que más a menudo aludo, no tan sólo para interpretar la retórica política puertorriqueña, sino la propia existencia social del País. Aunque comparar a Puerto Rico con la Unión Soviética es tan poco científico como denominar al gobierno Fortuñista como fascista y/o totalitario, como repetida y simplistamente se ha hecho, en este escrito me gustaría hacer un uso metafórico del concepto de la “sovietología” como constructo interpretativo a la banalidad y deshonestidad del discurso político contemporáneo, al igual que la indolencia social y escapismo pedestre que lo acompaña. Si bien es cierto que es necesario, como usualmente hacen los analistas políticos, llevar a cabo una elucidación regular de la retórica política, particularmente, en época eleccionaria, con el fin de aclarar los mensajes que se propagan como ideología y sentido común, como diría Gramsci, también es fundamental exponer el contexto y público en que estos mensajes se difunden, algo que se ejecuta con menos frecuencia.
La lógica de la sovietología es producto inherente de la Guerra Fría; su justificación, la falta de flujo de información confiable entre las dos superpotencias de ese momento. Consecuentemente, surge la reclamación en occidente de crear una metodología de estudio de “leer entre líneas”, indagando sobre referencias secundarias como lo eran: “cambios recurrentes en la nomenclatura, según plasmados en fotografías oficiales; reubicación de sillas en actividades protocolares; designación de asientos en desfiles oficiales; orden de los artículos en el rotativo oficial, Pravda”, y así por el estilo.[1] La premisa de la sovietología estaba pautada en que la información a prima facies era inconsecuente; la posibilidad de entendimiento partía de la pesquisa, la indagación, la especulación —el rumor.
Como establece el filósofo y crítico cultural contemporáneo, Slavoj Zizek, anterior a la apertura de los archivos de información de la era soviética, la sovietología funcionaba como una especie de estudio (scholarship) de oído: “fulano me dijo que escuchó de sutano, quien a su vez alguien en los campos de trabajo forzado le dijo que…”[2] Ahora bien, lo que me gustaría resaltar en relación a nuestro caso es el punto que también Zizek subraya en torno a la centralidad de este funcionamiento no tan solo en las grandes esferas de gobierno —y a su vez, en la interpretación de occidente— sino en la existencia social.
En el caso puertorriqueño, el fenómeno de La Comay —¡qué bochinche!— es vivo ejemplo de cómo buena parte de los puertorriqueños se apoyan, justamente, en el bochinche como fuente de información para entender su entorno socio-político.[3] Esto es así, ya que el rumor —y el secreto— han sido manifestaciones centrales de nuestras vida de pueblo: desde el contexto familiar (la “raja” escondida de la familia, las palizas y engaño de papá a mamá, los tíos o tías homosexuales “tapa’os”, el embarazo no planeado de las hijas o la drogadicción de los hijos, etc.), hasta el escenario laboral (la intriga de pasillo, la puñalada en la espalda, el sabotaje al compañero, el comentario a la vida privada, entre otras agresiones); y desde La Ley de la Mordaza del populismo centralizado del Partido Popular hasta las mentiras conectadas al gobierno Neo-Progresista, neoliberal actual.
Como se ha planteado, dicha centralidad del rumor se genera a su vez por la falta de credibilidad o substancia del discurso oficial. En nuestra historia reciente, Luis Fortuño promete en su campana eleccionaria anterior “reducir el tamaño del gobierno sin despedir a nadie”, para paso siguiente despedir a 16,470 empleados públicos, a menos de un año de haber sido electo, y esto, puntualizado por su profundo cinismo de comentar al día siguiente de los despidos que, “ya pasó lo peor”[4] (para recientemente, durante el debate de candidatos a la gobernación de este período, volver a prometer que no despedirá a nadie de ser reelecto). Además, en dicha campana anterior repetidamente se ataca la corrupción del gobierno Popular, para luego otorgar más de 27 millones en contratos relacionados al controversial gasoducto por el ahora gobernador, ¡quien durante su campaña eleccionaria pasada había planteado estar en contra del uso de los gases fósiles![5] Y así por el estilo.
Volviendo al ejemplo de la Unión Soviética, el colapso del bloque soviético se entiende menos a partir de las presiones externas de occidente que a partir de la propia historia interna de genocidio, atropellos de derechos humanos y persecuciones constantes, al igual que, como resultado de un sistema socio-económico y burocrático profundamente anquilosado e ineficiente. El sistema de economía planificada o dirigida siempre fue uno de atrasos tecnológicos extensos y corrupción rampante.
Como han señalado los analistas del régimen, en la Unión Soviética los economistas y planificadores del estado eran incapaces de detectar y resolver los problemas, dada la preponderancia de informes falsos de índices de productividad inexistentes.[6] Este señalamiento apele a nuestro propio entorno y la poca confiabilidad que tradicionalmente inspiran la mayoría de las estadísticas oficiales, particularmente aquellas relacionadas con las cifras del desempleo, la criminalidad y los informes de la Junta de Planificación conectados al desarrollo urbano y uso de los recursos naturales.[7]
A pesar de la desconfianza generalizada de parte de la ciudadanía en el modelo soviético, cabe resaltar, por otro lado, la capacidad de sobrevivencia del régimen por más de siete décadas. Si bien es cierto que el terror al Gulag, o campo de concentración, fue una barrera imponente a la disidencia[8], no deja de asombrar la aceptación cómplice de buena parte de la ciudadanía. En el caso de Checoslovaquia, por ejemplo, y a pesar de haber sido uno de los países precursores en la inconformidad, luego de la crisis del 1968, “la normalización del régimen creó una especie de paradigma de sobrevivencia social generalizado, moldeado en la cooperación involuntaria y hostil” (mi énfasis).[9] De nuevo, esta situación nos resulta un tanto evocativa de una de las grandes incongruencias de la sociedad puertorriqueña —incongruencia que ha sobrecogido desde Betances hasta los casi inexistentes indignados— la aparente incapacidad a la indignación y acción colectiva del pueblo puertorriqueño, dado el tipo de “cooperación involuntaria y hostil” que se describe.
Es fácil detectar este fenómeno en casi cualquier transacción con algún funcionario de gobierno (y de hecho, en la mayoría de las agencias y oficinas privadas), en donde una respuesta característica a una indagación será “desconozco”, respuesta marcada por el señalado desafío hostil, y hoy en día, a menudo sin ni siquiera haber levantado la vista del teléfono. Sin embargo, y añadiendo a las contradicciones, la reacción de dicho ciudadano, paciente (pensemos en el nivel de disgusto que existe en la mayoría de las oficinas médicas) o consumidor a tal hostilidad, será típicamente la resignación y el silencio. Se sentará en su silla en una sala de espera repleta de sufridos silentes, prestos a malgastar buena parte de su día en espera de su turno, el cual, de darse, lo más probable no resultará en la atención a su necesidad, sino en la asignación de otra fecha de cita (ya que, “la persona responsable de este tipo de casos no vino”).
Dentro de este contexto profundamente adverso, la única voz, como diría Albert Hirschman,[10] será el agravio y hasta la agresión: la mala palabra, el insulto, la bravuconería, pero todo a un nivel individual y extenuantemente inconsecuente. Perversamente, el tipo de desgaste individual que generan estas transacciones diarias conspirará en contra de la posibilidad de fomentar un espíritu de acción colectiva; “y total, ¿pa’ qué? si todos son iguales”.
Habiendo planteado esta sinopsis, tendríamos que seguir explorando las razones por las cuales en nuestra sociedad típicamente se recurre al rumor y al cinismo, por un lado, y a la inacción política (y no simplemente ritualista), por el otro, como mecanismos de sobrevivencia. Como señaló René Marqués en su escrito, El puertorriqueño dócil, texto de por sí conflictivo, la sociedad puertorriqueña históricamente “ha demostrado una debilidad por el eufemismo… o el dudoso arte de “dorar la píldora”.[11] Este “arte” está intrínsecamente conectado a nuestra dificultad con el enfrentamiento honesto, dispuesto a asumir las consecuencias de nuestras acciones. En su lugar, la “culpa” casi siempre es del otro: de la colonia, de los americanos, de Fortuño, de los Populares, de los independentistas blanquitos que no le hablan a la mayoría, de los riquitos, de los vagos que cogen cupones, etc.
Como posible válvula de escape a esta situación, vuelvo a hacer referencia al reconocido teórico eslovaco, Slavoj Zizek, quien en otro tema nos propone reflexionar sobre “el uso de la palabra imposible en los medios de comunicación” y en la construcción de un imaginario público:
Si analizamos bien, comprobaremos que todo lo que se refiere al sistema económico y político actual es casi imposible cambiarlo. Los medios lo dan por hecho. Sin embargo, otras noticias como los viajes al espacio, la creación de maquinarias tecnológicas impresionantes, el cambio de sexo o la selección genética ya son moneda corriente en las noticias y demuestran que, para el ser humano, nada es imposible.[12]
Por consiguiente, y de cara a este período eleccionario, nos tenemos que preguntar junto a Zizek: ¿es realmente imposible democratizar el sistema actual y cambiar las reglas del juego de nuestra “sovietología” boricua, o es que no nos interesa hacerlo, o que no podemos concebir cómo hacerlo partiendo de la agresión y cinismo que nos consumen y la palabrería hueca del discurso del liderato? Como respuesta, sólo solicito que se prescinda del uso del término, “desconozco”, y se comience, como lo han venido haciendo en historia reciente algunas de las redes sociales, una campaña activa de fomento a la acción e intolerancia a la mentira, enfrentando y exponiendo como sociedad el auténtico desafío: la verdad abierta y los propósitos compartidos, lo que, a fin de cuentas, es la base de la verdadera democracia.
Notas:
[1] “Kreminology”.
[2] Slavoj Zizek, ‘Ideology II: Competition is a Sin,” in Lacan.com, 1997/2007.
[3] Significativamente, al momento del escrito, se ha circulado en la prensa norteamericana un articulo en torno al fenómeno de La Comay, el cual ha aparecido en rotativos de gran prestigio, incluyendo The New York Times, El Diario La Prensa y Boston Globe, el cual analiza como esta marioneta de trapo, “tiene mas poder que la prensa formal en generar opinión pública, no importando que como “ella” misma siempre aclara, jamás revela sus fuentes y se apoya totalmente en la frase “aparente y alegadamente” para sustentar sus noticias”.
[4] El Economista, “Gobierno de Puerto Rico despide a casi 17.000 empleados públicos” 26 de septiembre de 2009.
[5] El Nuevo Día, “Flujo de millones por el Gasoducto,” 6 de abril de 2011.
[6] Daniel J. Castellano, "Causes of the Soviet Collapse (1979-1991)," 2003.
[7] Como establece un estudio del Instituto de Estadísticas de Puerto Rico, esta falta de confiabilidad esta conectada a: la tardanza con que se suple la información por parte de las agencias gubernamentales; cuestionamientos de credibilidad de los indicadores e informes utilizados; el rezago en el adiestramiento del personal; la insuficiencia de programación y equipo tecnológico de avanzada; los bajos salarios; la escasa colaboración de las empresas que disponen de la información; y la limitada coordinación interagencial en la producción de estadísticas. Instituto de Estadísticas de Puerto Rico, Memorial explicativo, 19 de diciembre de 2007, rescatado en Estadísticas de Gobierno.
[8] Se estima que existieron por lo menos 476 sistemas de campos de concentración separados, cada uno conformado por cientos o miles de campos individuales, y que el número total de prisioneros en campos de trabajo forzado de toda la URSS durante el estalinismo fue de 4 millones, y 2 millones en los campos y colonias de Siberia en aproximadamente 2.500.000.
[9] H. Gordon Skilling and Paul Wilson, “Civic Freedom in Central Europe: Voices from Czechoslovakia” 1991.
[10] En su texto magistral sobre economía política, “Exit, Voice, and Loyalty: Responses to Decline in Firms, Organizations, and States,” Hirschman presenta la relación principal entre lo que el denomina “voz” y “salida,” como necesarias para el sostenimiento de las organizaciones o los estados. Mientras más opciones de salida, y no simplemente voz, más estable la organización. Albert O. Hirschman, “Exit, Voice, and Loyalty: Responses to Decline in Firms, Organizations, and States,” 1971.
[11] René Marqués, “El puertorriqueño dócil y otros ensayos,” 1971, p.156.
[12] Zizek en Lacan.
Lista de imágenes:
1. Ficha 2, Soviet Ideology and Propaganda, The New Republic archives.
2. Ficha 122, Soviet Ideology and Propaganda, The New Republic archives.
3. Toma del programa Super Xclusivo, de Wapa TV.
4. Ficha 8, Soviet Ideology and Propaganda, The New Republic archives.
5. Ficha 24, Soviet Ideology and Propaganda, The New Republic archives.
6. Imagen de la campaña para 2012 de Jorge A. Santini.
7. Imagen de la campaña para 2012 de Alejandro García Padilla.