Esta es la segunda parte del artículo publicado la semana pasada, donde Javier Román-Nieves traza las cartografías de la sociedad espectacular puertorriqueña. Para acceder la primera parte de “Yo lo vi en Google Earth”: Un viaje especulativo a la voluntad de desaparecer, pulse aquí.
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El presente es fabricado mediante la disposición de imágenes, mediante la colocación de esos esquemas, símbolos y signos que constituyen la exterioridad, por más que sea una exterioridad empaquetada en concentrados teletransmitidos. La ciudad es la falsificación (abstracción, resumen, imaginación maquinación) del presente, y el presente es la falsificación del pasado y del futuro. [...] La fabricación (la técnica de producción, de poiesis) de la publicidad, de la cotidianidad, de la habitualidad (y en suma, de la ciudad) es la «desconocida raíz común» de las obras de arte y de los «útiles» abstractos.
-José Luis Pardo, Las formas de la exterioridad
No hay lugar en esta especulación para conformarnos con despachar la voluntad a desaparecer el territorio como una mera consecuencia de la aspiración del status político anexionista, pues esta aparente coherencia está en sí misma llena de contradicciones. Todos los estados de la unión americana contienen sus propias narrativas, sus propias historias y hasta lenguajes. Estos van desde el independentismo tejano hasta las calles con nombre francés de Nueva Orleáns, de la dominación de la comida Mexicana en el suroeste al uso cotidiano del español en el sur de la Florida. Aunque el abandono de lo local esté plagado ideológicamente de la falsa asunción de mejorar la asimilación a la metrópolis, estas voluntades también se encuentran en naciones soberanas y en culturas arraigadas en los más consagrados nacionalismos, contextos donde no se esperaría que ocurrieran.
La voluntad de desaparecer del territorio no es ni exclusiva a, ni un producto de nuestro estatus. El abandono de los contenidos locales y particulares de sus narrativas parecería ocurrir al margen del estatus político de las islas de Puerto Rico. Si de algo ha servido la ambivalencia de nuestro estatus, ha sido para potenciar y facilitar la fusión del engranaje espectacular con cada instancia de crisis perpetua. Se ha construido —intencional o casualmente— la maquinaria de la doctrina del shock de Klein, pero llevada a su más lubricada perfección.
Desde el estímulo económico descarrilado en la compra de pantallas LCD o en esquemas de corrupción gubernamental clientelista, hasta el desarrollo paulatino de un estado benefactor reducido al mantengo: el territorio es convertido en laboratorio de tácticas de control de multitudes, como campo de experimentación para desregular mercados o para pervertir lo que quedaba de la fuerza laboral.
Aunque parecería que solamente una crisis planetaria o un desastre natural serían capaces de interrumpir la maquinaria espectacular, esto probablemente precipitaría los más locos e inimaginables agenciamientos de capital que jamás se hayan visto. ¿O quizás no?
En Puerto Rico, como seguramente en otras periferias de las metrópolis, la sociedad del espectáculo ha logrado una suave y continua fusión con el deseo. Tan perfecta es que aún en momentos de crisis financiera o institucional, ésta, en lugar tambalearse, se afianza aún más en el día a día de un noble salvaje convertido en perverso doméstico.
En lugar de indignación, acontece el rechazo y la transferencia del deseo (si no sirve el gobierno, se desea que no exista, nace el conformismo con los especiales de temporada). Si el territorio pudiera tener tal cosa como una voluntad, estaría en el maridaje secreto y perfecto entre un nihilismo irresuelto y un hedonismo paradisíaco un tanto caribeño. Un hedonismo cuya coartada es provista por el problema de lo abyecto, por ese eterno “no querer bregar” ni con el desecho, ni con la raíz de los problemas, ni con la culpa inculcada del placer que nutre el día a día.
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No hay ya mecanismos capaces de exigir responsabilidad ninguna a los dominadores del mercado. En su estadio último, el totalitarismo de mercado carece de negaciones (ni internas ni externas, pues el Islam no puede considerarse una negación) por lo que procede a exponerse a sí mismo sin limitación y espectacularmente, sin que nada se interponga entre lo que presenta como verdadero y la verdad.
-Félix de Azúa, Diccionario de las artes
La voluntad del territorio a desaparecer parecería estar ligada a una mecánica propia del capital de ocultar su botín, un “al callao” sistémico de la sociedad espectacular para evitar revelar o tan siquiera hacer palpable la materia prima de la que se nutre. Nuestro particular estatus político ha servido para pulir esa perversión óptima, para permitirle funcionar casi a la perfección, sin los disturbios que a menudo ocurren en territorios dentro o cercanos a las metrópolis. No estamos ante lo espectacular-integrado de Debord, sino ante un trans-espectáculo: es el capital, vuelto no sólo imagen, sino máscara de sí mismo: un trans-espectáculo.
El choque entre el territorio real, entendido y destilado por el proyecto universitario, con el poder consolidado de la maquinaria trans-espectacular, bien pudo haber escrito el obituario sobre el cuerpo desaparecido del territorio, ya que la universidad, ante todo, hacía de este su objeto de estudio. El reciente robo de los terrenos de la UPR en Gurabo mediante proclama del Senado es la apertura de la caja de Pandora de esta desaparición.
El territorio de Puerto Rico, no en su extensión real, sino en la extensión sobre la que transcurre nuestra atención, parecería estar oculto en el exterior de un gran terminal de aeropuerto donde co-habitan los sujetos. Afuera ruge la realidad material tras el murmullo de un paisaje sometido a la infraestructura del transporte; adentro, rodeados de billboards, los sujetos tomamos diariamente un avión que llega siempre al mismo aeropuerto de donde sale.
Desde la torre de control, los controladores de tráfico aéreo trabajan para una misma compañía dueña de todas las aerolíneas. Desde allí planifican simultáneamente el tráfico y la construcción de nuevos terminales. Aún sin pasajeros para llenar los vuelos, siguen construyendo a costa de que se acabe el espacio de las pistas. Los sujetos, cautivos e ignorantes de lo que pasa afuera, buscan desesperadamente una subida a la torre. El territorio yace afuera, en el interior del terminal no aparece sino en reproducciones.
Aún desde el exilio y sin pasaje de regreso, permanecen los familiares y amigos, cercanos y lejanos, rehenes del territorio que aterroriza los recuerdos. Luego, la letanía de quien busca y lee noticias del desaparecido, o del que coquetea con regresar para encontrar, quizá, el cuerpo medio enterrado, a “bregar”, para que el suplicio de los pasajeros cautivos por nacer no sea tan terrible. Pero, por cada granito de arena que estos valientes excavan para desenterrar el cuerpo del territorio, hay otros que vuelcan el terruño sobre el desaparecido. ¿Será que el cuerpo sigue vivo, o será que el trans-espectáculo no es otra cosa que una poción para transformar el territorio en zombie? ¿O será que a diario se desentierran sus pedazos moribundos, como pequeños homúnculos que van a alimentarse del cerebro de los enterradores?
En el ir y venir del avión se sufre y se goza. El movimiento bidireccional ante el creciente silencio es parte del drama que mantiene el trans-espectáculo reinante sobre Puerto Rico. La fascinación con el Google Earth depende del asombro del territorio enterrado con la tierra que se le echa encima, desconocida para este, alimento de su propia miseria. La voluntad a desaparecer del territorio parecería radicar en el cómo se producen sus imágenes y narrativas, y en el abandono del protagonismo en esa producción de los sujetos que comparten su existencia.
Ahí sigue estando el cuerpo del desaparecido, detrás de las vallas, de las barreras de cemento, de los billboards de ciudades invisibles. Quien maneja sus imágenes ostenta el poder de sus instrumentos (iPhones como sombreros de magos). La vocación de víctimas es el pasaje infinito de ida y vuelta al mismo sitio. La vocación a tomar las operaciones o sabotearlas, es la única oportunidad al cambio. Abrir un hueco en la pared del terminal, salir caminando a la pista y cerrar el aeropuerto del cautiverio eterno, tal sería la voluntad de reaparecer el territorio.
*Dibujos por Javier Román-Nieves.