La portada de la novela Otra vez me alejo (Buenos Aires: Entropía, 2012) del joven escritor puertorriqueño Luis Othoniel Rosa está compuesta de dos recuadros. El primero, en la parte superior, ligeramente más grande, es color verde mate y tiene el título y el nombre del autor. El segundo, blanco, contiene algunos dibujos hechos por niños del Bronx. En el Prólogo se explica que los niños hicieron los dibujos como parte de una tarea asignada por su profesora de Arte, Begonia Santa Cecilia, y luego añade el texto de una de las estudiantes, la precoz Tanicea Russo, que decidió reescribir la historia que le había contado su profesora para así poder contarla mejor. Transcribo la versión traducida que sale en el libro:
“Vas a ver cómo había una vez un mundo loco donde todo estaba pasando al mismo tiempo. Un día hubo un tornado y pasó una cosa. Un pirata llegó volando; en realidad, estoy mintiendo, muchas cosas llegaron volando. En el principio había sólo personas, y árboles, y pájaros. Pero ahora el mundo se ha vuelto completamente loco. Todo está pasando. El pirata está robando. Puedes ver todo en su bolso, una tortuga en un avión y llegaron otras personas volando en un avión también, y una vaca se cayó del avión y hay una liebre también”. [el subrayado es mío]
Al leer la novela uno no puede evitar pensar que Luis Othoniel se reconoce en esta criatura ingeniosa, y que toda su empresa literaria es una extensión del mundo mágico de la niñez, del lado lúdico de la experiencia, pero a posteriori, es decir, con la carga de ser adultos, en ese momento que nos toca despedirnos, mudarnos, y seguir estudiando en el extranjero.
Como apunta el título, una de las figuras que estructura la novela es la distancia. La novela está dividida en nueve apartados-alejamientos; pero más que un simple título poético en la página, la imagen del alejamiento recorre todos los niveles de la narración, desde la primera escena donde vemos dos amigos sentados en el borde de un puente viendo un pájaro a la distancia que se aproxima. El personaje principal (una voz levemente autobiográfica) estudia en el Pueblo de la Princesa, lejos de Puerto Rico; allí forma parte de una maquinaria complicada: es uno de los tantos estudiantes extranjeros latinoamericanos y de minorías de doctorado. Estos estudiantes, que provienen de la clase media, viajan de todas partes del mundo para estudiar becados en las universidades de Estados Unidos, a diferencia de la masa de estudiantes blanquitos y adinerados del grado.
La distancia le da forma a toda las relaciones interpersonales en el Pueblo de la Princesa, comenzando con la que tiene con su roomate, Alfred Dust, doble y opuesto diametral de Othoniel, y siguiendo por las relaciones que entabla con otros estudiantes extranjeros, con profesores invitados y sus amores platónicos (y no tan platónicos). Pero quizás la distancia más importante y más sostenida de la novela sea la que instaura la omnipresencia de la marihuana, ese alejamiento categórico, ese punto de vista particular que provee la nube de humo a la que siempre se hace referencia en el discurso. Porque si la distancia es la figura cifra de la novela, la marihuana es el motor que la hace andar.
“Vas a ver cómo había una vez un mundo loco donde todo estaba pasando al mismo tiempo”, decía la joven Tanicea Russo, descripción que cae al dedillo. El mundo loco que crea Otra vez me alejo está compuesto por una línea narrativa cruzada por muchas anécdotas-cuentos: la primera es la vida estudiantil en el Pueblo de la Princesa, pero dentro de ésta cabe la historia del guano y su relación con el imperio, o la de conspiraciones de grupos terroristas en Puerto Rico y Nueva Jersey, piratas enamorados hasta la perdición, inesperadas vacas que caen del cielo, la liebre y la tortuga, y hasta las historias de los amigos que a veces empiezan e interrumpen, y las que a veces tristemente ya no les gusta contar; cuentos dentro de cuentos que proliferan en todas las direcciones, como bocanadas de humo, y se unen precariamente por el ímpetu narrativo de Othoniel.
Todas éstas son historias que, a primera vista, parecerían inconexas y hasta inestables, pero que planteadas en conjunto fluyen implacablemente y dotan la novela de un ritmo sostenido, lleno de humor, y una ligereza no falta de una profundidad lúdico-filosófica. Esta abundancia de cuentos apunta hacia la firme creencia del autor en que la literatura es un acto comunitario; en otras palabras, quizás contamos cosas que nos han ocurrido, pero en definitiva, contar es buscar la manera de contar lo que nos han contado, y hacerlo mejor.
Lista de imágenes:
1. Portada de Otra vez me alejo (Buenos Aires: Entropía, 2012).
2. Molly, una niña de 4 años, dibuja la soledad, 2011.
3. Amie, una niña de 3 años, dibuja la tristeza, 2008.
4. Javier, un niño de 5 años, dibuja una flor que ha sido separada de su amiga, 2011.