Quería meter la memoria en una bolsa
y cargar esa bolsa hasta que el peso
le estropeara la espalda.
—Alejandro Zambra[1]
Bernardo resucitaba televisores y radios.
Por eso fue a la Guerra de Corea,
decía abuela Guane.
Nunca pude llamarlo abuelo,
aunque innumerables tardes,
al regreso del colegio,
los choferes de la línea
Caguas Centro-Bonneville
me preguntaron si era su nieta.
Algo en la mirada.
Los pómulos salientes,
la forma de los pies,
un muñeco en plástico oxidado por los años,
lo de obstinada: Bernardo.
Cómo pesa la sangre a pesar de uno mismo.
No sé nada de mecánica,
pero profeso una afección natural
al desarme de objetos
al rellenar espacios vacíos
y transformarme en ruidos
a la pérdida de tuercas.
Televisor, radio, delírium trémens
llamarán siempre-Bernardos
Primera puerta a la izquierda,
la primera de un corto pasillo frente al living,
una cama con dosel;
una mesa redonda,
baja e inestable de tres patas
en cartón
y madera aglomerada;
el Panasonic Orbitel 1970,
donde estrené “La Bamba”,
“El hombre biónico”
y “Karate Kid 1”;
el vago olor al tabaco de abuela
su tos,
las azucenas,
una lata de Schaefer,
el ladrido del perro
y el coro de la iglesia...
letanías de calles sin salida,
los boleros de Radio Oro:
A la gente que usted quiere no se le grita.
Gracias por escucharnos.
untar aceite de coco en mis cabellos,
la taza de café:
otras formas de volver a casa.
Notas:
[1] Zambra, Alejandro. La vida privada de los árboles. Anagrama, Barcelona, 2007, p. 47.
Lista de imágenes:
1-2. Stephen Shore