A fines de la década al 50 surge en Argentina, en la provincia de Santa Fe, la Escuela del Cine del Litoral. Una escuela preponderantemente documentalista, dirigida por Fernando Birri, y basada en conceptos que este incorporó del Neorrealismo Italiano. Por primera vez en la Argentina existía una escuela de formación critica, ideológica, que a partir del análisis de la realidad tomaba al oprimido, al marginado, al explotado como sujeto. Se convierte el cine entonces en una herramienta de denuncia social.
En el año 59 todos los alumnos junto a su profesor Birri, filman en forma colectiva el film Tire dié (1960). Esto marcó el inicio del cine revolucionario argentino. El grupo de jóvenes cineastas documentalistas que lo llevaron adelante, se diferenciaron absolutamente de otros grupos de nuevos cineastas enmarcados en la ficción, que con su cine miraban a Europa, inspirados en los conflictos y en la estética narrados por la Nouvelle Vague francesa. Este grupo describía también una realidad argentina, pero los conflictos no eran sociales sino psicológicos, el sujeto no era el oprimido, sino el opresor, es decir, el burgués, los niños ricos con corazón triste.
Entonces estos dos grupos narran dos naciones completamente diferentes, dos realidades opuestas, a pesar de que el territorio en donde se desarrollan las historias es el mismo. Tengamos en cuenta que, mientras tanto, la masa de espectadores consumía un cine industrial que sostenía el orden moral, político, religioso y social del sistema.
Así como en Argentina, también a partir de los años 60, comenzaron a desarrollarse en los diferentes países de Latinoamérica focos del nuevo cine revolucionario, pero se desconocían entre si. No existía aún una unidad en la acción. Es recién en los festivales latinoamericanos de Viña del Mar del 67 y 69 —en Chile— donde confluyen. Allí los cineastas conocen las diferentes producciones y debaten el rol del cine como herramienta de lucha para la liberación latinoamericana del imperialismo de los Estados Unidos.
Aquí la concepción de ver a Latinoamérica como una única nación cobra vida, pues los procesos económicos y políticos en cada país eran similares o idénticos, ya que todos formaban parte de un mismo modelo de dominación. Los cuestionamientos de cada uno de los films, provenientes de diferentes regiones de Latinoamérica se retroalimentaban entre sí, en función de una única lucha. Es decir, se desarrolla el concepto internacionalista del marxismo en donde el capitalismo no tiene fronteras y donde la clase obrera y campesina es explotada del mismo modo y por los mismos intereses sin limite territoriales.
Raymundo Gleyzer fue uno de los principales referentes de esta generación, y este concepto lo trabajó desde un principio. A pesar de ser argentino, su primer película La Tierra Quema, del año 63, fue filmada en el nordeste brasileño. Donde narra la vida de una familia de campesinos que emigra en busca de agua sufriendo el hambre y la muerte de varios hijos. “Toda Latinoamérica debe mirarse en el Nordeste de Brasil”, decía. Gleyzer no redujo su mirada crítica a las fronteras de su país. Es decir, su cine no veía a Argentina como su única nación, sino que esta era parte de una gran nación que era Latinoamérica.
Otro ejemplo emblemático en la filmografía de Gleyzer es el film México, la Revolución Congelada (1973), filmado casi clandestinamente en México, en el cual plantea la traición del PRI a los ideales originales de la Revolución Mexicana. En esta entrega Gleyzer analiza el rol de este partido gobernante como reflejo directo del rol burocrático, populista y demagógico del peronismo en Argentina.
Hacia 1970, este cine revolucionario, de la mano con la evolución de las corrientes políticas revolucionarias, entiende que esta realidad hay que transformarla, no solo denunciarla y en este sentido, el cine debe ser una herramienta al servicio de esta lucha. Este evoluciona hacia un cine militante, en donde sus realizadores comienzan a formar parte de diferentes agrupaciones políticas y se transforman en los brazos cinematográficos de las mismas.
El cine militante de los 70 era parte de un amplio movimiento revolucionario integrado por jóvenes militantes, estudiantes, trabajadores, artistas, intelectuales, científicos que bregaban por la liberación del país y el socialismo. Para esta generación militante revolucionaria la toma del poder, ya sea en forma democrática como el modelo chileno de Allende o en forma insurreccional como la Revolución Cubana, era posible. Y esto el poder económico y político argentino lo sabía bien. Del mismo modo lo sabían los Estados Unidos, desde donde se entendía como amenaza el socialismo que se expandía por toda Latinoamérica.
El temor más grande era que el pueblo en forma masiva se comenzaba a identificar con los ideales de esta vanguardia ideológica. Y lo que estaba en juego era el modelo de país: el socialismo versus el capitalismo.
La represión comenzó a operar activamente hacia finales de 1974 con comandos clandestinos de ultraderecha amparados por el gobierno democrático de Isabel Perón. Se perseguía y asesinaba a los militantes de izquierda, y dentro del cine llevó a que muchos cineastas y artistas se exiliaran o pasaran a la clandestinidad. Así también, con la ayuda del ejército y otras fuerzas del orden se aniquiló prácticamente a la guerrilla, que era el ala más radicalizada de este movimiento.
Este gobierno pierde el consenso de la población y en Marzo del 1976 se da el golpe militar. En mayo de este año Raymundo Gleyzer es secuestrado por un comando paramilitar y desaparecido.
La dictadura militar institucionalizó el plan de exterminio, aniquilando por completo la insurrección popular, la vanguardia ideológica y se sembró el terror en la población. A partir de esto se cultivó un campo libre para poner en marcha en forma veloz y sin resistencia el modelo económico neolibreal que hoy tenemos en la Argentina. Este plan condujo al país a su ruina, beneficiando solamente al 2% de la población, condenando al 53% a descender la línea de pobreza.
En 1983, una vez que la dictadura ya había cumplido su función, y que comienza también a perder consenso tras la guerra de Malvinas, el poder económico oxigena su dominio reemplazando el poder político por una nueva democracia. Con el inicio de la presidencia electa de Alfonsín en Argentina el gobierno comenzó una política cultural de transición basada en la teoría de los dos demonios, la cual se instaló fuertemente en la opinión pública y predominó. La misma sostenía que en la década del 70 hubo dos bandos minoritarios y armados que se enfrentaron y oscurecieron la historia del país. Los militares y los guerrilleros de izquierda. En el medio, las instituciones democráticas y el pueblo, que eran víctimas inocentes de este cruce violento.
Los formadores de opinión pública sentenciaban que la violencia de la izquierda trajo como consecuencia una dictadura militar y que ambos bandos cometieron excesos de lesa humanidad. Pero lo cierto es que la guerrilla en Argentina ya había sido abatida en su mayor porcentaje antes de marzo del 76 y no representaban ningún peligro para la democracia. Los guerrilleros no sumaban en número mas de 1,500 y los desaparecidos fueron 30,000.
El verdadero peligro estaba en la conciencia de esta generación y no en las armas.
El origen de esta mentira histórica estaba cimentada en dos aspectos: el económico y el político. En cuanto al primero, los líderes democráticos fueron cómplices activos de sus antecesores militares continuando con su plan económico. La clase dominante que se benefició con el exterminio o el exilio de los militantes de izquierda, seguía siendo la misma y el Estado seguía estando a su servicio. En cuanto a lo político, había que borrar de la memoria colectiva los ideales y la intelectualidad de los 60 y 70, a partir de los cuales todo un pueblo transitaba hacia el socialismo y no hacia una democracia neoliberal. En síntesis, para ocultar esto, había que también ocultar la historia.
Siempre se hablaba del 76 en adelante, de los desaparecidos, de los crímenes de la dictadura, de las torturas, de los centros clandestinos de detención, como modo paralizante y aterrorizador para los nuevos jóvenes. Nunca se hablaba de lo que sucedió antes del 76. Nunca se discutía quiénes habían sido esos desaparecidos, por qué luchaban, ni qué modelo querían cambiar.
¿Cómo iba a permitir la cultura dominante de esta nueva democracia que las nuevas generaciones se vieran identificadas con los sueños e ideologías de la generación del 70, quisieran continuar con esta lucha y acabar con el orden establecido o cuestionar el neoliberalismo?
En el caso de Gleyzer, lo lógico que tendría que haber hecho el gobierno democrático desde su inicio en el 83, era recuperar su obra y difundirla por sus canales públicos, pero no lo hizo, porque los cuestionamientos de los films de Gleyzer continuaban siendo vigentes. Es decir, que también en democracia se censuró implícitamente a Raymundo Gleyzer. Lo mismo sucedió con la obra de otros intelectuales y artistas militantes.
Asimismo, la dictadura dio a una generación de padres que quedaron aterrorizados con la posibilidad de cualquier participación política de sus hijos por temor a que le pase lo mismo que a los desaparecidos. La palabra política era mala palabra. Estaba vinculada con la muerte. En este caso también había que ocultar, tanto por sus hijos como por ellos mismos, en particular porque se avergonzaban de su propio miedo, de haber amparado la desaparición de personas con su propio silencio y sumisión. Estos regímenes violentos sacan del ser humano a veces lo peor de sí. La memoria colectiva ocultó este trauma y colaboró con la desaparición de su propio pasado.
Igualmente, muchos personajes ligados al poder político, económico, eclesiástico y mediático fueron parte activa del gobierno militar. Estos después se reorganizaron, se lavaron la cara y continuaron actuando en democracia. Por esta razón también había que ocultar este pasado oscuro.
¿Y qué sucedió con los sobrevivientes que habían militado en alguna agrupación revolucionaria? Eran mal vistos, y muchos se reinsertaron en la sociedad callando su pasado. La sociedad los hacía sentirse culpables. Todo, por donde se lo viera, encuadraba a favor del silencio.
Y lo cierto es que la vanguardia cultural y el avanzado debate ideológico que se dio en los 70 nunca más se volvió a reproducir.
El film documental emblemático de este período fue La república perdida (1983), el cual recorría la historia de nuestro país desde comienzos de siglo. En esta revisión de la historia, la Nación eran los partidos políticos en lucha maniqueica y constante contra el poder militar, por controlar el poder del Estado. Obviando de la historia la subjetividad de las luchas populares en este proceso.
Al llegar a los 70, se reproduce sistemáticamente el discurso oficial de “los dos demonios” y omite la voz, el pensamiento y la humanidad de los militantes revolucionarios. Este periodo previo al 76 fue mostrado como una etapa oscura, violenta, potenciando el tabú histórico y la ignorancia de las nuevas generaciones. Para los que no vivimos ese período por ser muy niños, o no haber nacido, la palabra de la historia oficial, era la palabra verdadera, cierta. Se habían encargado de dinamitar el puente entre las dos generaciones.
El primer gobierno democrático lejos de hacer justicia sobre los crímenes de lesa humanidad incurridos por la dictadura militar, sanciona la “ley de punto final” que impide continuar los juicios hacia los torturadores y asesinos. Bajo el concepto de que por la pacificación del país había que mirar hacia el futuro y no hacia el pasado, Carlos Menem al asumir el poder (segundo gobierno democrático, 1990) indulta a los pocos militares que habían sido condenados. Este profundiza el plan económico iniciado por la dictadura, privatizando las empresas del Estado e imponiendo la ley de flexibilización laboral, que hacía retroceder en el tiempo la legislación laboral arrancándole a los trabajadores todas las conquistas logradas en casi un siglo de lucha.
En esta éopca también aumenta el desempleo en forma abrumadora, las riquezas del país se evaporan hacia el extranjero y se instala, ya sin pudor, la cultura de la corrupción en la opinión pública y de “sálvese quien pueda”. Es decir, el mismo temor que imperó en la dictadura a perder la vida, ahora transmutaba a un temor a perder el empleo y el status quo. No había una reacción generalizada ante esto. La extorsión del sistema llevaba a no meterse, a no mirar que le pasaba al compañero despedido, a traicionar en algunos casos para salvarse y sobretodo a agachar la cabeza.
La teoría de “los dos demonios” de los 80 se purificó en la teoría de que “las ideologías estaban muertas” bajo el abrigo cultural del posmodernismo y que el sistema era un monstruo inabarcable e imposible de derrotar. Por su lado los partidos de izquierda colaboraron con sus propios fraccionamientos y en sus errores de comunicación. No existía una opción real, al menos en la conciencia de la gran masa de la población.
En este marco es que hacemos la Escuela de Cine.
* La segunda parte de "Reconstruyendo la historia oculta de una nación a partir de un hombre y su cámara" se publicará el lunes, 8 de diciembre de 2014.
Lista de imágenes:
1) Portada de La Escuela Documental de Santa Fe (Editorial Documento) de Fernando Birri, 1964.
2) Isabel Perón, nacida María Estela Martínez, en su época como presidenta de Argentina, efectuando el saludo fascista durante una comparecencia pública el 4 de marzo de 1976, 19 días antes del golpe de Estado militar encabezado por comandantes en jefe del Ejército, Marina y Aeronáutica que la derrocaría poco después.
3) Associated Press, Buenos Aires, 30 de marzo de 1982: represión en las calles de Buenos Aires.
4) Quema de libros considerados subversivos, en 1976.
5) Abuelas de la Plaza de Mayo.
6) Militares de la dictadura argentina. El 23 de diciembre de 1986 el Congreso de la Nación sancionó la ley 23.492, conocida como de Punto Final. Creada para limitar los procesos a militares acusados de cometer delitos en la última dictadura, no abarcaba los casos de niños desaparecidos.
7) Toma de Raymundo, un largometraje de Virna Molina y Ernesto Ardito en el que se cuenta la vida y obra de Raymundo Gleyzer, cineasta argentino secuestrado y asesinado por la dictadura militar en 1976.