“La historia es una representación de representaciones”.
-Carlos Pabón
“Mi lengua, la única que me escucho hablar
y me las arreglo para hablar,
es la lengua del otro”.
-Jacques Derridá
¿Cómo hablar sobre la ciudad? ¿Cómo establecer un diálogo en torno a la memoria? ¿Cómo preguntar lo que significa si estamos inmersos en ella?
¿Cómo se representa la historia? ¿Cómo hablar sobre el pasado? ¿Cómo desprendernos de nosotros mismos para imaginarlo?
No vamos a llegar, pero vamos a ir nace de estas inquietudes. Durante un período de dos años, las ruinas de una edificación del Siglo 17 en el Viejo San Juan fungieron como espacio de estudio y taller para el artista puertorriqueño Víctor Vázquez. La propuesta del artista inicia a partir de una reapropiación del espacio para re-contextualizar y re-definir, como estrategia, el orden simbólico al que pertenece la edificación como una estructura desgastada por el tiempo.
En esta muestra, que representa su vigesimoquinta exhibición individual, el artista conceptualiza y reflexiona en torno a la memoria colectiva y en torno a la historia como una disciplina que se desarrolla desde el sujeto y desde el lenguaje. Cada una de las fotografías de la serie representan un diálogo imaginario entre Vázquez y el espacio que interviene. La acumulación de ladrillos, ya sea por el paso del tiempo o por la propia mano del artista, revelan metafóricamente el nacimiento y desarrollo de la ciudad. A su vez, ese espacio que una vez fue habitado, nos invita a preguntarnos quiénes somos ante su presencia. La metáfora se abre hacia nosotros y nos proyecta como sujetos cuyas identidades se han apilado a través de los años y que se desprenden de una estructura abandonada y en ruinas.
Después de la postmodernidad, las estructuras ideológicas que nos sostuvieron como colectivo se han cuestionado hasta la saciedad. Se han de-construido los absolutos históricos e ideológicos que marcaban un referente totalizante, ese que definía las identidades nacionales y sociales, la libertad, la democracia, el poder y las políticas de participación. El posicionamiento de cada individuo en relación al colectivo se ha centralizado en el reclamo y cuestionamiento de la subjetividad como algo propio.
Mientras tanto, el mercado global se ha desarrollado fuertemente y nos invita a consumir otros imaginarios. Las nuevas identidades se ven materializadas en la adquisición de aquellos objetos cuyas representaciones definen nuestra relación con las cosas. Esa aventura diaria de comprar para ser, nos lanza hacia un disfrute y un placer que compartimos como ciudadanos globales y que nos posiciona como poseedores de una aparente libertad. El poder de adquirir de manera ilimitada dirige la meta hacia la codiciada realización personal.
La ciudad se transforma en el punto de encuentro, donde la puesta en escena de las identidades individuales se realiza como un ritual aparentemente participativo. Y, frente a la celebración de ese ritual, yacen las estructuras que hemos olvidado. Estas estructuras silentes, que escondemos detrás de los portones, de las cadenas y candados, en espacios generalmente privados, cerrados e inaccesible para el público general, inhabitados, abandonados y en ruinas, permanecen. Las estructuras ideológicas, aunque de-construidas conviven con la puesta en escena de las subjetividades como los ideales de la modernidad conviven con la “revolución paradigmática”[1] que representa la post-modernidad. Es a partir de esa realidad urbana que nace la metáfora.
A través de las fotografías, Vázquez nos invita de manera privilegiada a observar detenidamente el espacio interior de una de las muchas edificaciones en ruinas que encontramos en la ciudad. Pero su intención trasciende la mirada. El artista nos convoca a entrar en un diálogo con el pasado de la estructura como si fuera el nuestro y a reflexionar a partir de la representación que hace de ese espacio. A dialogar con las historias contenidas en los muros, pisos y paredes como si hubieran sido parte integral de lo que somos en el presente. Es desde la lectura que podemos hacer como espectadores que Vázquez re-escribe sobre aquello que la edificación aún nos sugiere y nos comenta.
En un juego metafórico donde el arte roza libremente los límites de la historia y la arqueología, Vázquez reflexiona sobre la presencia de esta edificación decadente en nuestra vida urbana. La estructura que la sostiene se nos presenta como una construcción física y simbólica. Una construcción que hemos heredado y que, a pesar de su deterioro, convive junto a nosotros. Interesantemente, esta reflexión se apoya en el lenguaje artístico como una estructura más, pero una que se mantiene viva, en constante crecimiento y cuya maleabilidad le ha capacitado para abrir fronteras hacia ilimitadas posibilidades reflexivas, temáticas y metodológicas. El arte como un ejercicio capaz de contribuir a la diversidad de miradas y pensamientos en el mundo contemporáneo. Es a través de este lenguaje que Vázquez reflexiona en torno a la identidad colectiva, aquella que se nutre de la interacción que tenemos con la lengua hablada y escrita, otra estructura más en crisis.
En una de las obras presentadas, un joven delgado y trigueño mira a la cámara desde las ruinas mientras su rostro revela una duda aparente y solapada. A su vez, ese joven sostiene tres letras que, unidas gracias a la elaboración de un tríptico, nos sugieren una interesante afirmación: “I AM”. Ese idioma que una vez fue visto por la historia como un lenguaje impuesto y extranjerizante, como el lenguaje del otro, el lenguaje del colonizador, frente al lente del artista se transforma en un arma de fuertes cuestionamientos para hacer constar que la crisis de ese sujeto que nos intriga hoy nace, se sostiene y se cuestiona desde el lenguaje mismo, independientemente cuál sea su origen nacional o geográfico. En torno a esto, Jacques Derridá señala que el lenguaje es “susceptible a las transformaciones, al injerto más radical, a las deformaciones, a la expropiación, a cierta a-nomia, a la anomalía, a la desregulación”[2]. Es a partir de la reflexión que hacemos sobre el lenguaje como una estructura dinámica e impura que podemos comenzar a re-pensarnos.
Durante dos años, Vázquez se dedicó a observar y a percibir, detenidamente y con delicadeza. Y con ese mismo detenimiento y sigilo, nos invita a ver. Las historias que sugieren las paredes marcadas por el moho, el hongo y el deterioro, se abren a nuestra imaginación. Una metáfora del artista como arqueólogo, como investigador, que desde su práctica artística nos invita a buscar las respuestas dentro de nosotros mismos. Frente al lente del artista la estructura decadente se nos revela como un testigo aparente que nos invita a reflexionar quiénes hemos sido y quiénes somos ante su presencia. Sin caer presa de la melancolía, Vázquez nos invita a re-evaluar nuestros modos de convivencia e interacción, el valor, el significado y el orden simbólico de las estructuras y de aquellos objetos que nos rodean y que hemos creado.
Cada una de las fotografías, de los objetos e instalaciones que son parte de esta exhibición, han sido realizados desde una lírica y una sensualidad estética que caracteriza desde hace muchos años la obra de Vázquez y que se sostiene en el cuidado minucioso con el que el artista aborda los aspectos formales. Las imágenes revelan un espacio en ruinas que, a pesar de estar corroído por el tiempo y el olvido, no deja de cautivar. Mientras que los materiales, materia prima de las instalaciones in situ, en las manos de Vázquez se desbordan por entregar al espectador un placer visual sobre el cual el tacto podría fácilmente reclamar exclusividad.
Una cama de madera que no sostiene un colchón, sino una reflexión en dos idiomas, re-define el refugio, el conocimiento y el sueño. Una pila de cajas y papel que sostienen citas de importantes momentos que -según los historiadores- han marcado el devenir del país, re-definen la manera como hemos construido el relato nacional. Una torre de ropajes amarrados entre ellos para sostenerse con fuerza frente a cualquier embate nos sugiere esa pobreza de espíritu que nace de la acumulación. Los materiales utilizados para la creación de estas piezas, como signos, nos invitan a reflexionar en torno la temporalidad, en torno a la permanencia de los objetos que adquirimos y valoramos, en relación a lo efímero de nuestra materialidad y de nuestra propia existencia. Vázquez inserta a la discusión la cultura de lo desechable como aquello que define, muchas veces, nuestra relación con las cosas.
Cada elemento presentado contiene interesantes y múltiples lecturas. Las metáforas ponen en jaque los significados que conocemos por costumbre. La creación artística se manifiesta en completa libertad. Cada uno de los objetos implican una ruptura con su propio orden y nos invitan a proyectarnos hacia ellos.
Es a partir de la duda, de lo que recordamos, de lo que por costumbre acordamos, desde esa aparente memoria colectiva que hemos heredado, que el artista nos invita a mirarnos. Vázquez, a través de su intervención, de-construye y re-escribe desde su propia experiencia para la nuestra. Una mirada arqueológica que aplica el palimpsesto libre y alegóricamente. Y que se reafirma en el arte como ejercicio conceptual y como herramienta. En No vamos a llegar pero vamos a ir, nos adentramos a un espacio en decadencia para que, a partir de ahí, re-escribamos encima de aquello que el tiempo no ha borrado del todo aún.
Notas:
[1] Fernando Mires, La revolución que nadie soñó o la otra postmodernidad. Caracas, Editorial Nueva Sociedad, 1996, p.164, citado en Carlos Pabón, Nación postmortem: Ensayos sobre los tiempos de insoportable ambiguedad. San Juan, Ediciones Callejón, 2003, p.78.
[2] Jacques Derridá, El monolinguismo del otro o la prótesis de origen. Buenos Aires, manantial, 1997, p.20, citado en Carlos Pabón, Nación postmortem: Ensayos sobre los tiempos de insoportable ambiguedad. San Juan, Ediciones Callejón, 2003, p.101.
* Todas las imágenes fueron suministradas por la autora y corresponden a la exposición de Víctor Vázquez, No vamos a llegar pero vamos a ir, hasta el 23 de marzo de 2013, en el Antiguo Arsenal de la Marina Española, en La Puntilla, Viejo San Juan.