“En última instancia todo se convierte en basura”.[3] Pero para Quijano la basura no es el fin; es el germen de la próxima vida usando los mismos átomos, todos creados desde el big bang al principio del universo. Las ruinas de una civilización son los cimientos de la que le sigue. El mármol del Coliseo renació en la Catedral de San Pedro, y el granito del Templo Inca del Sol en la Catedral del Cuzco. Polvo al polvo... basura a basura. La naturaleza no desperdicia nada; la historia tampoco debería.
Quijano muestra como cada ciclo retiene memorias del anterior, trillado por haber vivido la previa vida. El cerebro humano conserva en su médula el cerebro reptil de vidas anteriores, que todavía modula el comportamiento instintivo que en un nonosegundo decide si hay que huir o hay que pelear.
La gran inteligencia que creó al sistema emergente de la evolución auto-reorganiza los materiales anteriores en una espiral ascendente, respondiendo al contexto que cambia y en búsqueda peremne por sobrevivir mejor. Y ese limbo entre morir y renacer los modula; en el caso de los desechos de Quijano golpeados por el mar, emergen transformados en nuevas formas sólo vagamente parecidas a las originales y que él llama “interesantes, incluso bellas”.
Y la metáfora de Quijano trasciende lo ambiental y evolucionario. Aplica igual a los pueblos. Borinquen bella también fue utilizada, querida... “hasta amada” pudiera decir Quijano, por sus desacertados amantes. De la tempestad de su historia consiguió por cierto el último triunfo: sobrevivió. Mas el amo de turno ahora no sabe qué hacer con ella. Descartada yace exhausta entre sus ruinas, con sus hijos atrapados en guerras y narcóticos que dejan más de mil asesinados por año, su educación disfuncional, sus campos y aguas contaminados, su economía en declive, sus barrios desarticulados, sus vecindarios campos cercados, sus jóvenes buscando escapar, su música sincopada y violenta, sus nuevos próceres desprestigiados, sus corales muertos.
Mas la experiencia de ser desecho le va puliendo los escombros, como los pedazos de vidrio que descubre Quijano en la playa del Cascajo, con formas interesantes, “... bellas”. De entre las ruinas traslucen vecindarios maltrechos que se organizan y que enfatizan que juntos codo a codo son mucho más que atomizados. Forjados como lumpen de reserva en los procesos industrializantes de hasta hace medio siglo, fueron apiñamientos de humildes viviendas donde almacenaban a la gente como piezas en bodega esperando ser necesitadas. Ahora, aunque golpeados por el desuso algunos se transforman en comunidades vibrantes, en barrios con vecinos, líderes y polémicas, con vida cívica complicada pero intensa, con todas las virtudes y traqueteos de un cantón suizo, afanosos en decir “aquí estamos”.
Se ven tambien jóvenes que en vez de irse regresan porque el terruño los llama a meter el hombro. Se ven otros soñadores que saliendo de los escombros rehusan desanimarse y se inventan lo inimaginable para poner su ladrillo reciclado en la metamorfosis del nuevo país que empieza a articularse. Como las suelas de Quijano estrilladas por las arenas, los vidrios pulidos por las olas, y los cachivaches tornados en caprichosas formas por la vida en el mar, estos empecinados sobrevivientes renacen transformados de su formación inicial por el pase por el mar de la guagua aérea y por el sol candente y el oleaje de la orilla madre, la madre antigua que vuelve ahora a serles nueva.
Mas ojo; que no siempre los escombros se reagrupan en algo nuevo. A veces los desechos sólo languidecen, disolviéndose en el tiempo, sus ruinas desmoronándose en polvo, esperando que sus moléculas se reintegren a la sopa básica del universo antes de ser reusadas. ¿Cuantos imperios habrá habido de los cuales ya nadie se acuerda; cuantas especies por completo desaparecidas? No sabemos a ciencia cierta cómo ocurre, pero a veces un impulso primordial lleva a las partes—cambiadas y suavizadas por el desuso y el tiempo de ser basura—a juntarse en formas nuevas. Es el desafío de Borinquen: renacer de su basura.
Michelangelo Buonarroti argumentaba que él no creaba sus esculturas; que éstas siempre estuvieron aprisionadas en el bloque de mármol; que él sólo las liberaba cincelando lo que sobraba. Quijano igual argumenta que el no crea sus piezas, que los componentes de sus figuras ya tenían la idea de la nueva forma que querían tener. Que el sólo las escucha y ellas le transmiten cuál será el nuevo ensamblaje. Que las partes mismas son las que buscan juntarse, que ellas instintivamente saben como re-enchufarse para construir con lo viejo, moldeado por el paso del abandono, algo nuevo que no existía antes y que de lo viejo sólo conservará los accidentes. Pero algo (o alguien) se los facilita. Eso hace Quijano; seguir las instrucciones que los pedazos le dan.
La tragedia de Borinquen tiene así una solución que sólo sus partes conocen, pero la tienen latente, adentro. La mayéutica de Sócrates argumentaba que la sabiduría nace de dentro del alumno.[4] Que al salir se recombina en formas insospechadas y crea un conocimiento que no existía. Educar es ayudar a nacer esa sabiduría y dejarla que se exprese, auxiliada por un maestro cuya sola función es ser comadrona de ese parto.
De las ruinas del Boriquén de la creación se manufacturó a San Juan Bautista del Puerto Rico. La armaron amarrada a un cordero para educarla en las artes dóciles. Usada para proteger a un lejano rey le cambiaron la sangre y le enseñaron otra lengua y le trajeron otros dioses blancos y dioses negros para remplazar los suyos. Al final sólo los blancos quedaron. De ahí pasó a otra ruina; otra pasada por el oleaje. Después otra manufactura, más sumisión, otra lengua, otros dioses, otra sangre, otro emperador que proteger. La vistieron con crinolinas y alhajas de fantasía y la exhibieron como fenómeno de circo. Muchos de sus hijos emigraron, buscando mejores espacios. Tal cortesana fue “...utilizada, querida, hasta amada”. Hasta que no dio más. Está otra vez en vías de convertirse en desecho. Otro ciclo. El mar y el sol—su mar y su sol—otra vez se la están tragando, reclamando lo que es de ellos.
Los escombros van cayendo entre las ruinas de sus gentes angustiadas, de sus campos contaminados, de sus pueblos desarticulados, de sus cerebros, de sus hijos desperdigados por el planeta, de sus cantares; todo pulido y limado por el oleaje del abandono, de los amos y sus confederados. Hay quien trata de dar vuelta al deterioro; como quien quisiera resarcir las suelas que encontró Quijano en el Cascajo para que vuelvan a ser los zapatos que una vez fueron.
Pero esos originales manufacturados ya no existen; ya fueron usados. Sólo quedan suelas de zapatos distintos, estrilladas por el mar, y las birindolas de antiguos adefecios que a alguien engalanaron en su día y las cuales —como pensó Quijano— alguien los usó, los quiso, quizás hasta los amó. Pero ya no existen. Queda sólo detritus... despojos.
Mas como de las ruinas tóxicas del experimento petroquímico que Quijano usa como ilustración, de esos fragmentos dentro y fuera del terruño nacerá otra Borinquen. Pero esta vez no será como antes, manufacturada por otros; ahora lo hará ella, emergente. Porque cada escombro sabe en un rincón de su alma cómo quiere conectarse con sus pares, ayudado por comadronas, otros Quijanos, para formar caras boricuas nuevas que nunca han existido. Que llevarán en el alma lo que fueron, trillados y pulidos por su mar y con las huellas y cicatrices de su experiencia, pero en un país ahora inimaginable que renacerá de sus escombros.
Notas:
[1] Nick Quijano, en Entrevista por Diana Soto De Jesús, 80Grados, 21 de diciembre de 2012.
[2] Conmemorando la exposición Basura, de Nick Quijano (San Juan, Museo de las Américas; 2012-2013)
[3] Entrevista por Michelle Lavergne Colberg en High End, edicion 1er aniversario.
[4] En la mitología griega Maya era diosa protectora de las comadronas.