Era el otoño del 1991 o la primavera del 1992, no recuerdo bien. Íbamos de camino al cañón San Cristóbal en una guagua que acomodaba alrededor de 9 a 10 niños y adultos. En la travesía, además de los chistes mongos y las canciones de chofer, uno de los compañeros de viaje decidió conectar un CD player (con todo y cablecito con cassette) con un disco que según él se empezaba a popularizar como parte de los vídeos musicales en MTV –cuando aún ponían vídeos musicales en ese canal de televisión–. Quedé cautivado, no necesariamente porque me encantara de inmediato lo que escuchaba sino por lo que veía. Sí, lo que veía.
La música del disco que tocaba era el ahora célebre Nevermind de Nirvana, una banda de la costa noroeste de los EE UU. Para efectos de este escrito, no me interesa discutir la influencia que tuvo el álbum en la escena musical de los años subsiguientes, ni la vida caótica y complicada de su cantante Kurt Cobain. Me interesa conversar sobre el efecto sonoro y el sentido de profundidad que simulaba la música; que me permitió visualizar y sentir un espacio que me acompañaba y albergaba junto a la música.
Quisiera insistir que lo que comparto con este escrito no es un fanatismo o una nostalgia de cantaleta por una época musical perdida, sino un arreglo imaginario y abstracto que permite potenciar escenarios espaciales de un calibre político potente. Pero pronto profundizaré más sobre esto.
Volviendo al disco en cuestión, recientemente descubrí con más exactitud lo que en la grabación produce lo que no tengo otra manera de describir que como una reverberación: una resonancia y profundidad sonora que produce el efecto espacial que recién describía. Ese escenario que comparto es producido por medio de un efecto en la grabación y edición de la voz conocido como un double track.
El efecto, elaborado desde un estudio de grabación, solapa las voces de un mismo cantante, o hasta de un segundo cantante (un triple track), encima de la voz original y las combina temporalmente como un solo sonido. Esto en efecto es lo que produce esa reverberación. La técnica no era nada nueva para esta época; John Lennon lo pedía muchísimo a sus productores (a este Beatle no le gustaba el sonido de su voz).
Resulta ser entonces que la banda que personificaría el movimiento Grunge –que por definición defendía una proeza anti establishment y todo lo “puro” en cuanto a letras, sonido y vestimenta se trataba– incorporaba en su sonido una postproducción altamente compleja y refinada: el efecto de solapar digitalmente una misma voz, pero repetida y luego amalgamada atemporalmente.
Que nadie se equivoqué, esto en vez de verse como una traición a los fanáticos fieles del Grunge, se debe ver como una verdadera característica de su época. Una época que mezclaría las memorias, disponiendo de elementos del pasado en estrecha convivencia con las del presente y en el que cada vez se confundiría más los límites entre lo material y el artificio. Es un escenario reverberante en el que cohabita lo tangible estrechamente con su representación e imaginación.
La imagen reverbera
La capacidad del ser humano de construir escenarios no se limita solo a visiones utópicas de futuro –lo que una sociedad puede ser–, sino que además se elaboran escenarios de pasados perdidos (altamente manipulados y construidos para favorecer alguna ideología en el presente). Ambas circunstancias lo que indican es que paralelo a nuestra percepción de la “realidad” corren escenarios de lo que “puede” ser esa supuesta condición u objeto cultural.
En otras palabras, nuestra realidad constantemente reverbera y hace eco de lo que alguna vez supuestamente fue o de lo que se imagina que pueda ser. Aunque podemos argumentar que esta noción nos acompaña desde el inicio de la humanidad, no es hasta los avances tecnológicos a finales del siglo XIX y principios del siglo XX que esta particularidad se agudizó con y fuera del sujeto.
Como primer ejemplo, con la innovación de la fotografía se posibilitó por primera vez replicar la “realidad” con una exactitud que al día de hoy no tan solo nos sirve para representarla, sino que en ocasiones la sustituye y la confunde con ella misma. El poder de la imagen fotográfica tiene hasta la capacidad de iniciar movimientos –mucha de la preservación histórica de la arquitectura se hace a base de fotografías antiguas; como si esta fuera una realidad ineludible e intrínseca de recrear–.
La fotografía en ocasiones puede también desatar conflictos bélicos, ¿quién puede olvidar el inicio de la guerra de Irak?, justificada por medio de una foto aérea de supuestos almacenes con armamentos de destrucción masiva. En fin, el poder yace no tan solo en la imagen fotográfica, sino en el ojo de quién captura esa imagen y la del lente ideológico que lo informa.
Por otro lado, en el caso de la cinematografía, Gilles Deleuze en su teoría sobre el Cinema explica que este nuevo avance tecnológico le posibilitaba al ser humano hacer visible su punto de vista sobre los múltiples escenarios que observaba y presenciaba. Por ejemplo, el zoom in, el close up, el panning, entre muchas otras técnicas cinematográficas, exteriorizarían al público lo que ese sujeto percibía y en lo que se enfocaba. Esta capacidad, de un ente que observa y a su vez interpreta, siempre la cargábamos dentro de nosotros.
Solo que ahora, por primera vez, lo haríamos hacer notar fuera de nuestra consciencia. En aquel entonces yacería en las pantallas del cine, luego en el televisor dentro de las salas de nuestros hogares y hoy día en la palma de nuestras manos con nuestros teléfonos celulares inteligentes. Aunque se encoja el aparato o dispositivo, su potencia para reverberar se amplifica cada vez más.
Santurce reverbera
La nostalgia a veces incomoda. Recientemente, Santurce se ha plagado de melancolía por un pasado que ya no existe y en el que solo se conservan pequeños rastros físicos y narrativos de lo que alguna vez fue. A pesar de esta nostalgia, y a pesar del aparente estado ruinoso y vacuo en el que se encuentra este sector, todavía existen muchos escenarios de vida; una vida que habla del presente y de vivencias actuales. Sin embargo, son precisamente esos escenarios de nostalgia (que sórdidamente reverberan) los que mantienen a Santurce estancado.
El seguir insistiendo que Santurce retorne a lo que una vez fue ya es prácticamente imposible. Sin embargo, en vez de frustrarnos en nuestro acometido por una mejor ciudad, esta aceptación se debe de ver como una oportunidad para que Santurce amplíe sus múltiples escenarios y nichos de éxito.
Por ejemplo, por décadas la avenida Ponce de León se ha tratado de rescatar por medio de una visión nostálgica. Hasta hace poco, decenas de edificios se trataron de rescatar con programas y usos que francamente ya no tienen la demanda que tuvieron hace 50 años. Se erigieron edificios gubernamentales, teatros y se insistió en seguir imaginando a la Ponce de León como una vía lineal, olvidando en el proceso sus calles y comunidades perpendiculares y su avenida vecina, la Fernández Juncos.
Es precisamente en estos espacios al margen donde algunos han tenido la valentía de visualizar a Santurce de otra manera, permitiéndole que reverbere y aprovechando en el proceso lo que ya existe. La calle Cerra en Santurce y la comunidad de Trastalleres con sus nuevos espacios de galería y despachos de comida en sintonía y comunicación con su infraestructura vecinal, la calle del Parque al sur de la Ponce de León con el renacer del teatro El Josco y la dinámica nocturna de La Respuesta, el nuevo pedacito de ciudad que cada vez se da con más vehemencia en los alrededores de Ciudadela, Abracadabra y Libros AC y, por otro lado, el espacio activo de Miramar norte con su nuevo distrito culinario y el renacer del Fine Arts Cinema son todos y cada uno escenarios de ciudad que se imaginaron y que supieron aprovechar el potencial urbano que de allí reverberaba.
Ésta es una voz que se duplica, y luego se replica, y termina transformando un sector entero aprovechando los latidos de vida urbana que allí sobreviven. Estos bolsillos sonoros tienen la posibilidad de multiplicarse y propagarse; su único enemigo siendo, en este caso, la nostalgia y la falta de voluntad –porque aquí el capital económico, claro está, no sobra–.
Importante reconocer que con todos estos ejemplos el denominador común ha sido proponer una reestructuración del esquema de desarrollo e implantación de estas movidas urbanas. O sea, el modo en que se funda y opera el espacio o comercio particular (dependiendo más de arreglos solidarios con la comunidad circundante y esquemas de publicidad en las redes sociales).
Es un argumento político, en el que se replantean los límites institucionales del ejercicio de promover el intercambio y la convivencia espacial. Recordemos, la ciudad en éste, y en casi todos los casos, más que un espacio, es una relación y reacción colectiva para la inclusión y el mejor manejo de los excedentes de todo tipo. El reto histórico siempre ha sido cómo mejorar la distribución más justa y equitativa de ese excedente.
Aprovechando este ímpetu, recientemente el Senado de Puerto Rico propuso crear la Ley para Fomentar las Industrias Creativas de Puerto Rico. El epicentro de esta ley es el sector creativo de Santurce. Aunque se reconoce que mucha de la gente envuelta tiene las mejores intenciones por formular e imaginarse mejores espacios para el apoyo de estas iniciativas, esperemos que no se concentren exclusivamente en su aspecto mercantil y que se reconozca también esta importante reconfiguración política. Después de todo, la clase creativa es casi sinónima del nuevo precariat: el proletario precario. La sospecha de muchos es que la posible explotación de este sector se ve muy a la vuelta de la esquina.
El espacio de la exclusión
La historia del espacio urbano es una historia de exclusiones. Por ejemplo, uno de los modelos más fuertes para nuestra noción del espacio democrático es el Ágora griego. Sin embargo, este además de ser un lugar para el intercambio y la discusión política era también un espacio de exclusión. La mayoría de los ciudadanos no podían participar de este espacio de libre expresión; siendo los hombres de la élite los únicos que podían participar de estas prácticas democráticas.
Según Richard Sennett solo entre un 15 a un 20 por ciento de la población eran considerados “ciudadanos” de Atenas. Al resto no se le permitía participar de este espacio de intercambio. Debido al peso cultural que en Occidente se le otorga a la Grecia Antigua, de más está decir que en nuestros imaginarios e intentos de urbanidad actual vamos a cargar con este esquema heredado de exclusión.
Otro ejemplo de la formulación de la ciudad como un espacio para la exclusión es por supuesto el París de Haussmann del Siglo XIX. La base para la re-imaginación de la Ciudad de las Luces era proponer un escenario para la nueva clase burguesa. En el proceso, se desplazarían y se removerían la mayoría de los espacios y ciudadanos que no cumplieran con estos estatutos de orden, comportamiento y belleza.
En vez, se proponían unos instrumentos estéticos –incuestionablemente aún en boga– que implantarían una infraestructura de exclusión, vigilancia y movilidad informada por el nuevo esquema de acumulación de excedentes de esta debutante clase social. La ciudad nunca volvería a ser la misma. En fin, los aparatos de exclusión de la ciudad ya vienen disfrazados, estilizados y, por ende, invisibles.
Como nos recuerda David Harvey, según su lectura de Henri Lefebvre, la ciudad desde sus inicios es posibilitada por la acumulación de excedentes (agrícolas, mercantiles o culturales). No es casualidad entonces que se convierta en un escenario constante por quién reclama ese excedente y hasta dónde llegará para acumularlo. Las recientes protestas en Brasil y Turquía ambas tienen en común la disputa por quién tiene el derecho a la ciudad.
Las alzas en el precio del transporte público y el arrebatar un parque urbano para privatizarlo y transformarlo en un centro comercial son todos sintomáticos de un espacio urbano que reverbera y se visualiza desde los controles en poder: en este caso los del arreglo económico neoliberal. Sin embargo, en el desafío colectivo dentro de la ciudad reverberan otras voces que reclaman ese excedente.
En Egipto la situación es más compleja ya que las protestas y el reclamo por el poder pone en duda nuestros propios preceptos aprendidos de lo que constituye o no una democracia. En gran medida, y hasta el momento, las elecciones políticas son el único sinónimo posible de representación colectiva para la sociedad contemporánea.
Sin embargo, el problema es que ese esquema homogeneiza las voces y en el proceso muchas veces silencia las minoritarias. En este esquema polarizado es imposible que una democracia sobreviva. El reclamo ideológico de las mayorías y las minorías se transforman en un campo de batalla constante; el único antídoto pacificador siendo evitar la intolerancia.
Sin embargo, la intolerancia, en ocasiones, depende del punto de vista con la que la observes. Curioso es que se remueva del poder a Mohamed Morsi (intolerante al que no se acogiera en Egipto a la doctrina del Islam), para que luego el ejército que ejecutó el golpe confrontara a los derrocados con intolerancia y persecución. En este artificio democrático es impresionante lo rápido que te conviertes en minoría. ¿Quién iba a pensar que la polarización política e ideológica, tan común en la actualidad, iba a distorsionar cada vez más nuestro juicio ético-moral entre el bien y el mal?
El pensar que este último era estable es parte de la característica que le permite promulgarse sin cuestionamiento o debate. Un Presidente galardonado con el Premio Nobel de la Paz defendiendo y justificando un bombardeo de represalia, y un Presidente Ruso –con un récord altamente cuestionable con el manejo de los derechos humanos y de libre expresión– acogiendo a un perseguido político, son todos síntomas de esta compleja condición.
El conflicto bélico que se vaticina en Siria no se salva sin duda de esta ambigüedad de tolerancias. Decidir si apoyar a los rebeldes (compuestos parcialmente por miembros de Al Qaeda) o tomar partido de la batalla alegadamente antiterrorista de Bashar al-Assad levanta más confusión ideológica que claridad de posturas. Si la justificación para tomar represalias son las atrocidades cometidas, valdría la pena colocar en una balanza las realizadas al momento por todas las partes relacionadas al conflicto; incluyendo, dentro su marco histórico reciente, las de Estados Unidos. Para ello, las imágenes que reverberan en los medios sobran.
Queda entonces claro que la voz que reverbera se puede usar del mismo modo como arma o instrumento. Por ejemplo, la ley que prohíbe la propaganda homosexual en Rusia ha provocado como cuerpo singular y legal un sinnúmero de crímenes de odio. En este caso, la voz que reverbera intolerancia se multiplica y se propaga con cada uno de estos ataques entre sus ciudadanos. Sin embargo, el instante capturado por medio de un lente fotográfico, que permitió que reverberara el acto de protesta individual de la actriz Tilda Swinton, es casi igual de poderoso que un levantamiento de masas.
Es increíble pensar cómo en épocas recientes el acto singular de un individuo logra tener tanta resonancia; al punto que casi tiene el mismo peso que millones de personas protestando (que como hemos visto, no siempre conduce a la puesta en marcha de procesos y poderes más democráticos y tolerantes). Este particular permite ponderar a uno sobre la inevitable condición del sujeto posmoderno: que le toca convivir con su reflejo y artificio constante e inseparable. La reproducción puede ser arma letal, pero la reverberación mediática de su llamado implacable.
Con eso en mente, y de vuelta al inicio, muchos alegan que la voz de Kurt Cobain quedó silenciada para siempre porque no supo manejar su propia fama; condicionada por su constante presencia en los medios visuales y sonoros. Ver su cuerpo fuera de él lo condujo a dar por terminado su constante replicación. El movimiento Grunge jamás pudo visualizar lo que venía.
Del mismo modo –ya sea por medio de una protesta masiva o una voz singular–, esperemos que los ejércitos, fanáticos religiosos (de este país y de otros) y los políticos que promulgan el odio se enfrenten a este mismo destino silenciador. Solo nos queda reverberar en contra de esa intolerancia que alborota.
* Todas las imágenes fueron suministradas por el autor.