Desde el pasado 15 de marzo, una parte relevante del arte puertorriqueño está saldando las debidas cuentas con su pasado. Con el título Mayagüez: un siglo de artistas, se celebra en el Museo de las Américas en San Juan –auspiciada así mismo por el Instituto de Cultura Puertorriqueña– una exhibición antológica en la cual se congrega lo mejor de la pintura y el grabado realizados en la costa oeste durante los últimos cien años. Ésta se materializa partir de una selección de la producción de una docena de artistas nacidos en Mayagüez o vinculados estrechamente a la ciudad en su producción artística.
Con este esfuerzo se propone, además, considerar la importancia de otras zonas de la geografía puertorriqueña para la creación artística, teniendo en cuenta la fuerza centrípeta que ha ejercido el área metropolitana a lo largo de la historia. Muchos de los artistas incluidos en la muestra no solo contaron con proyección nacional, sino que se han forjado una excelente carrera en exhibiciones, muestras y bienales internacionales.
El proyecto curatorial comienza a inicios del siglo XX con los primeros integrantes relevantes de la historia de la pintura en Mayagüez. Se trata de los hermanos Félix y Julio Medina y de José López de Victoria. En los tres casos no se cuenta con demasiada documentación, pero sus obras actúan como testigos de su gran aportación. Los dos hermanos Medina destacaron por el tratamiento el bodegón y el paisaje, géneros en los que supieron respetar la influencia de Francisco Oller y de otros integrantes de la pintura coetánea, optando por una simplicidad perfectamente calculada que les dota de una inusitada modernidad.
Si bien Félix y Julio Medina desarrollaron principalmente su profesión como arquitectos, López de Victoria fue capaz de ganarse la vida con la pintura, aunque con estrecheces en algunos momentos de su biografía. Por otra parte, algunas de sus composiciones resultan modernas sin proponérselo: aunque los paisajes monocromáticos –pintados en tonalidades rojas, verdes y azules– respondían a la necesidad de aprovechar los colores sobrantes en la paleta, lo cierto es que una mirada caprichosa podría relacionarlos con experimentos de las vanguardias históricas europeas.
María Luisa Penne de Castillo es importante por varias razones. La primera, porque es la primera mujer artista representada en la muestra. La segunda, porque gracias al apoyo familiar pudo proseguir sus estudios artísticos en Estados Unidos. Y la tercera, porque al igual que otros miembros de su generación, volvió su mirada a la primera modernidad europea para buscar en ella algunos motivos de inspiración formal y compositiva –principalmente Cézanne, Picasso y Miró–. También ha pasado a la historia del arte puertorriqueño por su apuesta pedagógica, ya que fue profesora en el programa de Artes Plásticas del Recinto de Mayagüez y, así mismo, maestra de otros artistas más jóvenes, como Noemí Ruiz y Anaida Hernández.
La siguiente generación artística está encabezada, dentro de la exhibición, por la figura de Noemí Ruiz, Jaime Carrero y Marcos Irizarry. Dos de ellos –Ruiz e Irizarry– destacan además como impulsores de la abstracción en el arte puertorriqueño. Por lo que respecta a Noemí Ruiz, su concepción de la pintura abstracta está sumida en una potente vena lírica, con la que baña sus evocaciones del Caribe en formas y colores cuya armonía podría equipararse a la de los poemas visuales. Su trayectoria se ha visto merecidamente jalonada por importantes premios nacionales e internacionales.
Jaime Carrero representa un caso excepcional en el arte mayagüezano. En primer lugar, porque a propósito ha optado por excluirse del ámbito artístico y de sus mecanismos en lo que él mismo ha denominado como insilio. Recluido en el estudio y dedicado por entero a su producción, Carrero representa imágenes en las que predomina el sarcasmo y la crítica ácida a la realidad a la cultura puertorriqueña, empleando para ello estrategias simbólicas y culturales propiamente isleñas. Su interés por la literatura y el teatro, a los que dedica también largos periodos, lo convierte, como decimos, en una figura singular dentro de la muestra.
El segundo gran representante de la abstracción puertorriqueña es Marcos Irizarry. Así mismo, de todos los artistas incluidos es el que invirtió la mayor parte del tiempo fuera de Puerto Rico. Como es por todos sabido, un tramo importante de su formación la pasó en España, siendo Ibiza –aparte de Madrid– su lugar predilecto para trabajar. También destaca por la sabia combinación de influencias en la cristalización de su poética abstracta.
Su capacidad para integrar lo geométrico y lo orgánico, el color y la monocromía, la pintura, el decollage y el grabado, lo convierten en una figura de primer orden para el arte isleño. El regreso a Puerto Rico durante la última parte de su vida –coincidiendo con la funesta enfermedad que provocó su muerte temprana– sirvió además para integrarlo a la vida académica y para conectar su modo de trabajo con la generación emergente de jóvenes artistas, como María Mater O’Neill o Carlos Collazo.
Otra figura fundamental por su proyección internacional es la artista Susana Herrero Kunhardt. Al igual que tantos otros artistas, ha sabido experimentar hábilmente con distintos medios, aunque sea el medio gráfico el elegido para la muestra del Museo de Las Américas. Los desnudos que componen la serie resultan insólitos en la tradición puertorriqueña, tanto por la audacia de su representación torturada como por la rotundidad derivada de su simplicidad formal. Los trazos laberínticos que configuran sus cuerpos, la inquietud de sus posturas no solo transmiten una profunda angustia, sino que remiten también a la tradición artística occidental, de Miguel Ángel a Auguste Rodin.
La singularidad de Anaida Hernández estriba en su sabia combinación de distintos medios para expresar sus mensajes. En la muestra ha optado por presentar una contundente instalación en la que juega con su emblema figurativo esencial: el motivo de la mano. Estamos ante una propuesta artística que se propone superar las lindes del arte para ofrecer una promesa de futuro y una enseñanza vital marcadas por el optimismo y la solidaridad. Son manos abiertas, manos de esperanza que admiten peticiones y deseos de mejora y de cambio, formuladas en un estilo festivo, necesario en estos tiempos de crisis y de intolerancia.
Carlos Fajardo siempre ha apostado por propuestas vinculadas a la posmodernidad caliente y por una combinación del gran arte y del arte de los medios de masas claramente heredada de la cultura pop. Su procedimiento artístico apuesta por hacer productivo el inconsciente y algunos mecanismos derivados de la paranoia-crítica de raigambre surrealista, y con ellos compone un friso de la realidad puertorriqueña estadounidense en el que todos los personajes representados no escapan a una crítica feroz teñida de delirio y esperpento. La relación con sus protegidos, el Dr. Pitt von Pigg Ph.D. y, últimamente, Thurdmon Capote, no debe pasar inadvertida al valorar su obra plástica.
Santiago Flores Charneco, junto con Fajardo, es el artista que más estrechamente ha estado vinculado a la ciudad de Mayagüez. Su apuesta artística es enormemente reveladora, pues combina sabiamente las propuestas formales de la modernidad con procesos heredados de la cultura popular, como es la costura. Flores pinta con abalorios, retales y lentejuelas, con aguja y con hilo, y con ello urde una producción insólita en el contexto artístico contemporáneo. Dada su juventud, es en los últimos años cuando está empezando a cosechar sus primeros éxitos nacionales e internacionales –sobre todo, la concesión de la beca de la Fundación Pollock-Krasner–, señal inequívoca de un futuro fulgurante.
Y la muestra concluye con el futuro mismo encarnado en la joven artista Cacheila Soto. Su capacidad para absorber influencias diversas, procedimientos inusuales, y tradiciones artísticas del pasado siglo, la han catapultado a un lugar destacado pese a su juventud, lo cual anuncia una carrera que promete estar trufada de éxitos. La imagen de la seducción, santo y seña de su producción, es una clara referencia a los mecanismos que sus imágenes provocan en los espectadores. Es de esperar que todas las obras desplegadas en las salas del Museo de Las Américas sirvan para despertar el interés del público puertorriqueño en un arte y una zona artísticas que están pidiendo salir, desde hace décadas, de un olvido inmerecido.
La exhibición Mayagüez: un siglo de artistas estará abierta al público hasta el 15 de junio de 2012, de 6.00pm a 9.00pm, en el Museo de las Américas del Antiguo Cuartel de Ballajá (San Juan). Coordinada por Alicia Martínez, el proyecto ha sido auspiciado por el Instituto de Cultura Puertorriqueña y el Museo de las Américas.
Lista de imágenes:
1. José López de Victoria, Paisaje en rojo, s.f. Colección del Museo de Historia, Antropología y Arte, Universidad de Puerto Rico-Río Piedras.
2. Noemí Ruiz, Vaivén: energía de vida, 2011.
3. Jaime Carrero, Semi-círculo de pilotos, 1994-2005. Colección Jiménez-Colón.
4. Marcos Irizarry, Geoestructura núm. 4, 1967. Colección Maud Duquella.
5. Susana Herrero Kunhardt, Testa I corpi, 1997. Colección Reyes-Veray.
6. Anaida Hernández, Peticiones, 2011.
7. Carlos Fajardo, The Face of Love, 2005.
8. Santiago Flores Charneco, Isla oceánica, 2011.
9. Cacheila Soto, La habitación gris, 2005. Colección Jiménez-Colón.