Simone, de Eduardo Lalo, es un libro sobre los desencuentros: del narrador con la ciudad, con su tiempo, con las personas a su alrededor y consigo mismo. La novela acaba de ser editada por primera vez en Buenos Aires por la editorial Corregidor e incluye un prólogo a mano de Elsa Noya. La premisa: una voz narrativa que asociamos con el escritor, artista y profesor Eduardo Lalo vive sus días en San Juan, una ciudad que va construyendo fragmentariamente con su mirada mordaz sobre eventos del diario vivir puertorricensis. Un buen día, comienza a recibir mensajes crípticos compuestos de citas que van tejiendo un misterio en su cabeza. ¿Quién los manda? ¿Con qué propósito? Estos mensajes conmocionan la rutina melancólica y solitaria de este flâneur, y se convierten en una suerte de laberinto platónico de esperanza en medio de ese aquí no pasa nada tan característico de nuestra capital.
Esta nueva entrega de Eduardo Lalo podría estar dedicada, tal como la novela Zama del escritor Antonio di Benedetto, A las víctimas de la espera. El narrador de Simone siempre espera, moviéndose de un lado a otro, intentando combatir el ennui y la mediocridad rampante de la isla. Es un observador incisivo que vive continuamente entre puntos suspensivos, deseando un cambio, pero sabiendo en su fuero interno que ese cambio, si es que algún día llega, va a ser totalmente pasajero y volverá a la misma inercia de siempre. Es un personaje que ha perdido la esperanza, un exiliado dentro de su propia tierra. Exiliado metafóricamente, porque aún viviendo dentro de los límites del territorio está totalmente distanciado de los demás.
El narrador crea y demarca una distancia palpable con todos a su alrededor; es justo esta distancia la que lo hace tan diferente del resto, esos seres que parecen no percatarse de su existencia o que la ignoran por su propio bien. Es una de las tantas sombras invisibles, de las almas tristes y atormentadas que habitan el Caribe subterráneo, oscuro; ese Caribe que no aparece en las publicidades que lanzan al exterior para incentivar el turismo, el Caribe crítico, de contra-corriente, que sufre la fuerza centrífuga de un país que no provee las posibilidades estructurales de superación; en otras palabras, y más específicamente, el Puerto Rico post-mortem que nos tocó vivir. Ese Puerto Rico corrupto y empobrecido, ciegamente consumista y falto de cultura, sin un futuro visible en el horizonte: el que expulsa.
Pero, aún existen los que se quedan, los que resisten el deseo de irse a pesar de todas las razones que tenemos para escapar. La pregunta sería, ¿cuáles son las estrategias necesarias para sobrevivir en este espacio tan hostil? Las únicas respuestas posibles parecerían ser vivir en la soledad creando un mundo lúdico, el arte, la creación, o compartiendo nuestra soledad –es decir, exponiendo nuestras heridas– con la esperanza de que algún día podamos compartir esa desilusión crónica con otra persona. En el caso de Simone, ese laberinto de intriga, luz y esperanza lleva al personaje al encuentro de otra alma invisible, una exponencialmente más invisibilizada que la del escritor. Juntos no hacen más que aplacar lo inevitable: pasan el tiempo muerto hasta llegar al desenlace previsible.
Simone podría ser considerada una gran metáfora de la escritura; esa escritura desenfrenada que desborda el límite de la página escrita y se vuelve imagen, ciudad, vida. En un primer momento, la narración se construye como una constelación en base a la palabra-fragmento del día a día. Esta primera fase de la escritura transita el límite de una escritura personal, casi a modo de diario, hasta que irrumpe en ella el evento –la primera cita anónima–. Ahí, el narrador se desvía de su monotonía, y crea una nueva intriga que está formada por y a partir de estas citas que confieren un cuerpo (del texto) a este ente “platónico” que será Simone.
Por momentos, Simone podría ser un tipo de Nadja criolla, exótica: una fuerza, una energía vital más importante que el cuerpo mismo que la encarna (¿o en este caso será lo contrario?). Juntos recorrerán espacios conocidos y los dotarán de nuevos sentidos, escribirán la ciudad como un poema y escribirán sus poemas en la ciudad, habitarán sus espacios improbables y crearán una nueva cartografía del deseo.
Lalo, ese sujeto exílico moderno, de fronteras e identidades líquidas, representa la visión de mundo del que se fue y volvió a un espacio después del desastre, a ese San Juan roto y estancado del que no hay escape. Ciertamente es consciente de las paradojas del exilio, pero no puede vivir fuera de ellas: “Ni el exilio me libraría de la ciudad. Sencillamente sufriría dos veces: por la ciudad y por estar lejos de ella”.[1] Tendría que ser precisamente en este afuerainterno, este estado de exilio metafórico, que el sujeto logra establecer un búnker para criticar la sociedad que habita y que lo asfixia a diario.
Notas:
[1] Lalo, Eduardo. Simone. Buenos Aires: Corregidor, 2012. pp. 65.
Lista de imágenes:
1. Jack Delano, "Street in San Juan, Puerto Rico", 1941. (Foto de la Biblioteca del Congreso)
2. Jack Delano, "Malaria poster in small hotel, Puerto Rico", 1941. (Foto de la Biblioteca del Congreso)
3. Luke Birky, "Man with tie", c.1950s.